Julio Flórez

  • Oye la historia que contome un día
    el viejo enterrador de la comarca:
    Era un amante a quien por suerte impía,
    su dulce bien le arrebató la Parca.

    Todas las noches iba al cementerio
    a visitar la tumba de la hermosa;
    la gente murmuraba con misterio:
    Es...

  • Mil veces me engañó; más de mil veces
    abrió en mi corazón sangrienta herida;
    de los celos la copa desabrida
    me hizo beber hasta agotar las heces.

    Fue en mi vida, con todas sus dobleces,
    la causa de mi angustia -no extinguida-
    aunque, ¡pobre de mí! toda la...

  • Y me senté en el carro de la sombra,
    presa del más horrendo paroxismo,
    y comencé a rodar sobre una alfombra
    formada con el cosmos del abismo.

    Y abarqué el infinito en una sola
    mirada, llena de fulgor intenso…
    Y vi del tiempo la gigantë ola
    rodar al...

  • Ah, yo soy como tú… también fui río,
    me deslicé por sobre blanda arena,
    bajo un cielo de bóveda serena,
    y recorrí la vega y el plantío!

    Más tarde… la fatiga y el hastío
    y más que todo la desdicha ajena,
    al repletar mi corazón de pena,
    me sentí...

  • Hay una gruta, misteriosa y negra,
    donde resbala bajo mustias frondas,
    un raudal silencioso que ni alegra
    ni fecunda: ¡qué amargas son sus ondas!

    Con qué impudor bajo esa gruta helada
    mil flores abren su aterido broche…
    ¡Nunca al beso de luz de la alborada!...

  • A veces melancólico me hundo
    en mi noche de escombros y miserias,
    y caigo en un silencio tan profundo
    que escucho hasta el latir de mis arterias.

    Más aún: oigo el paso de la vida
    por la sorda caverna de mi cráneo,
    como un rumor de arroyo sin salida,
    ...

  • Solo, como un espectro por el mundo
    iba; cuando me hallaste y me dijiste:
    «¡Refúgiate en mis brazos, hombre triste!
    Soy tuya!... Soñador meditabundo!»

    Y fuiste mía; sin embargo hoy hundo
    la frente en la almohada en que pusiste
    tu cabecita núbil… y en que...

  • Preguntaba una noche entristecido:
    —¿En dónde están, en dónde, ¡oh genio santo!
    Los grandes pensamientos que murieron
    sin nacer, en el fondo de tu cráneo?

    Y la noche me dijo:
    —¡Míralos— Aquí están en mi regazo.
    Alcé los ojos y miré… ¡Dios mío!
    ¡Cómo...

  • Dime, niño adorado
    de los labios de rosa,
    de ojos grandes y verdes
    como el verde del mar:
    De qué estrella caíste
    y en qué trágica fosa:
    Tan bello eres que, al verte,
    dan ganas de llorar.

    Tal vez porque al mirarte
    con tan hondo cariño,...

  • Si supiérais con qué piedad os miro
    y cómo os compadezco en esta hora.
    En medio de la paz de mi retiro
    mi lira es más fecunda y más sonora.

    Si con ello un pesar mayor os causo
    y el dedo pongo en vuestra llaga viva,
    sabed que nunca me importó el aplauso...