En la sala lijosa del burdel repugnante
hay un enorme gato que duerme en la tarima,
unos muebles muy sucios, un reló sollozante
y un cromo de la Virgen con una cruz encima.
Al amor del brasero, un conjunto gregario
de grofas se calienta las manos ateridas,
esas manos que ofrecen un beso mercenario
en las encrucijadas de las calles perdidas.