¿En la tierra, por la edad de piedra? ¿En el paraíso, antes de la expulsión?
Qué sé yo. Pero lo he visto, como veo mi pluma amar la virginidad blanca, del papel.
Un lago quieto, como espejo, que árboles multiformes esmaltan de verde.
¿Ambiente?... El de una flor en eclosión.
Una forma femenina está en la naturaleza, lista a expandir sus ondas vibrátiles. Y la mano que ha de motivar el sonido asoma entre el verdor circundante. Un hombre.
Es el primer encuentro.
Ella se sobrecoge, inmóvil, perforada por novísima congoja. Él avanza, atraído por una debilidad más fuerte que la fuerza de todos sus corajes.
Y son las primeras palabras:
Él alarga sus brazos, sus hombros imploran, las rodillas rezan y fluye el vocablo «mujer».
Ella levanta al cenit su rostro, su cráneo pesa en la nuca, los párpados cierran el mundo exterior, el sacrificio dilata su vida y la palabra diviniza sus labios «amor».
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Buenos Aires, 1915.