Es dulce a quien habita tierra ajena
nuevas sabe su país nativo,
que engaña de la ausencia la gran pena;
mas yo, que ausente de mi patria vivo,
consuelo ni alegría sentir suelo
con lo que a todos es grato y festivo.
Antes me oprime grave desconsuelo;
...

¡Ay! que han llegado a tan horrible punto
mi desesperación y negro hastío,
que parece que encierra todo junto
del infierno el horror el pecho mío:
envidio el sueño eterno el difunto,
sin que se sienta el corazón con brio
para vibrar la cortadora espada
...

Tus hechizos, mujer, la eterna Suerte
para blanco creó de mis sentidos:
los ojos me los hizo para verte,
y para oír tu acento mis oídos;
me dio alma para amarte hasta la muerte;
y aún después que estuvieren desunidos
mi alma y mi cuerpo para siempre, espero...

Aun estoy en la aurora de mi día
y de mi año en la dulce primavera;
mas la luz no veré del mediodía
ni a mi verano llegaré siquiera.
¡Un siglo viven otros, y yo muero,
cual flor nacida apenas y marchita!
¡Y a otras vidas añade el hado fiero
tal vez los...

Volar parece nuestro leve coche,
y huir veloces al opuesto lado
montes, árboles, quintas; y el plateado
luminar de la noche
presuroso nos sigue por el cielo:
¡oh! ¡qué placer! mi descubierta frente
azota el aura fresca blandamente
en su contrario vuelo....

¡Cuantas veces, oh madre, fatigado
del largo afán que el pensamiento abruma,
dejaba al fin la dolorosa pluma
para buscar tu cariñoso lado!
Y me acogías en tu seno amante,
y en tu sofá tendido, a mi mejilla
era blanda almohada tu rodilla,
como cuando era...

¡Oh cuanto triste venturoso día,
que en mi memoria sin cesar contemplo,
cuando en tu estancia convertida en templo,
enfrente de tu lecho de agonía,
alzamos, madre, el ara
donde al eterno Padre el Sacerdote
la víctima inmortal sacrificara!
Présaga, oh...

Me acuerdo siempre: era una tarde triste
el sol se hundía entre las olas ya:
y tú ya no te acuerdas? me dijiste
que nunca te podrías olvidar.
La brisa suspiraba tristemente
sobre las aguas del dormido mar,
y las sombras confusas de la tarde
sobre ellas...

No más supliques, corazón, ni llores:
¿de qué tu llanto te valdrá? de nada;
de nada humildes ruegos: tus dolores
sufre de hoy más con altivez callada:
¿No sabes, di, que el Hado sus rigores
nunca remite ni jamás se apiada,
y cuán en vano su nobleza humilla...