Aun estoy en la aurora de mi día
y de mi año en la dulce primavera;
mas la luz no veré del mediodía
ni a mi verano llegaré siquiera.
¡Un siglo viven otros, y yo muero,
cual flor nacida apenas y marchita!
¡Y a otras vidas añade el hado fiero
tal vez los años que mi vida quita!
Flor que se, abre a la risa de la aurora
prolongar a lo menos debería
su frágil existencia voladora
la corta edad de un fugitivo día.
Más ¡ay! tal vez la cortador reja
O mordedura de reptil aleve
cumplir siquiera a la infeliz no deja
ni el curso entero de vivir tan breve.
Pedí a Europa el alivio para el grave
oculto mal que lento me devora:
¡Ay! que remedio para mí no sabe
su ciencia, para tantos salvadora.
¡Oh amores y placeres de la vida!
otro os goce y apure largamente,
que la borde yo de vuestra copa henchida
apenas puse el de mi labio ardiente.
¡Mágicos sueños de mi infancia leda!
¡Cuánto me habéis, cuánto me habéis mentido!
Solo al desierto corazón le queda
dolor y llanto, soledad y olvido,
dichas, amores, lauros inmortales,
¡Ay! me pintó vuestra falaz promesa:
¡y en vez de glorias y venturas tales
me aguarda el seno de temprana huesa!
Y es mi dolencia cada vez más fuerte,
y me siento fallecer de modo,
que poco esfuerzo costará a la Muerte
para acabarme de vencer del todo.
No te pido vivir, tan sólo espera
que al seno torne de mi madre amada,
y descarga después, oh Muerte fiera,
el golpe postrimero de tu espada.
(1856)