Clemente Althaus

  • Cuando doblen las campanas,
    no preguntes quien, murió:
    quien, de tus brazos distante,
    ¿quién puede ser sino yo?

    Harto tiempo, bellísima ingrata,
    sin deberte ni en sombra favores,
    padecí tus crüeles rigores
    y lloré como débil mujer;
    ya me rinde el...

  • I

    Iba la más oscura taciturna
    y triste Hora nocturna
    moviendo el tardo soñoliento vuelo
    por el dormido cielo,
    cuando, dejando mi alma
    en brazos del hermano de la Muerte
    a su cansado compañero inerte,
    libre de su cadena,
    voló a su...

  • ¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
    En ti se apaga el huracán humano,
    cual muere al pie de las tranquilos puertos
    el estruendo y furor del océano.
    Tú el sólo asilo de los hombres eres
    donde olviden del hado los rigores,
    sus ansias, sus dolores, sus placeres...

  • Áridos cerros que ni el musgo viste,
    cumbres que parecéis a la mirada
    altas olas de mar petrificada,
    ¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

    ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
    en contemplaros, al fulgor sombrío
    de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
    ...

  • No os asombréis tanto, no,
    si en la templanza que muestro
    tan otro de mí soy yo;
    un sueño ha sido el maestro
    que tal cambio me enseñó.
    Temo, fiel a su lección,
    que, cuando más la altivez
    levante mi corazón,
    me he de encontrar otra vez
    en mi...

  • Desde el día que vio la audacia ibera,
    ¡cuantas noches cerrar, cuántas auroras
    miró lucir nuestra congoja fiera,
    sin que el continuo vuelo de las horas
    la hora de la venganza nos trajera!
    Vio el peruano a su amada patria bella
    con ojos de rubor, en su mejilla...

  • ¡Oh entusiasmo sagrado!
    Padre ardiente de mártires y fuertes,
    que a los guerreros invencibles haces:
    de provocar y padecer mil muertes
    los pechos que te sienten son capaces;
    del número te ríes,
    y en héroe al pusilánime conviertes.
    ¡Eres licor divino...

  • En un tiempo envidié la suerte ajena,
    juzgándome yo solo desdichado;
    mas sé que a todos a gemir condena
    la inexorable voluntad del hado:
    arrastra cada cual de la cadena
    que envuelve y aprisiona lo creado
    un eslabón, y por diversos modos,
    todos padecen y...

  • Tan sólo encuentra mi dolor consuelo
    en la voz que me dice: «No lo dudes,
    »ya la madre que lloras, en el cielo
    »recibe el galardón de sus virtudes».
    Es la voz de la amiga cariñosa
    que conoció el tesoro de nobleza,
    de bondad, de indulgencia generosa,
    que...

  • La nieve de nuestros montes
    en tu tez cándida brilla,
    y en tus cabellos el oro
    que sus entrañas nos crían:
    semeja la viva grana
    que colora tu mejilla
    purpúrea tarde que muere
    en sus blanquísimas cimas;
    y el azul de nuestro cielo
    y de nuestra...