Me acuerdo siempre: era una tarde triste
el sol se hundía entre las olas ya:
y tú ya no te acuerdas? me dijiste
que nunca te podrías olvidar.
La brisa suspiraba tristemente
sobre las aguas del dormido mar,
y las sombras confusas de la tarde
sobre ellas se apiñaban más y más.
¡Cuánto amor se leía en tu semblante!
¡Cuánta tristeza en tu pupila azul!
¡Y no te acuerdas ya de aquella tarde!
Nunca creí que la olvidaras tú.
Dime, tu pecho, tan ardiente un día,
tanto la vida con su soplo heló,
¿que no escuchas jamás en tus ensueños
de lo pasado la doliente voz?
Al expirar el sol en occidente,
mientras las nubes siguen en tropel
su lúgubre carera por el cielo,
¿no te entristeces, como yo, mujer?
¿No piensas ver en la expirante hoguera
la imagen moribunda de tu amor?
¿No recuerdas que así también moría
entre las nubes esa tarde el sol?
¿No piensas ver las sombras de otros tiempos
riendo tristes acercarse a ti?
¿No escuchas sordas y dolientes músicas
vagar por los espacios y morir?
¿Se agotaron tus lágrimas acaso,
de nada te entristeces, y jamás
en lo pasado? ¡Ah! ¡quién pudiera!
¡Ah! ¡quién pudiera, como tú, olvidar!
No te amo ya; mas la profunda herida
que me hizo tu amor siempre está aquí;
y aunque quiero olvidarte, noche y día
miro do quier tu aparición gentil.
¡Ah! ¡cuando pienso que de aquellas horas
ni una tan solo volverá jamás,
que ya no habré de verte enamorada
mirarme largamente y suspirar;
entonces siento inmensas amarguras
y mi alma se estremece de dolor,
y en el desierto porvenir no encuentra
ni un consuelo mi triste corazón!
Te amo como eras en aquellos días,
dulce, tierna, purísima, idëal,
¡ángel hermoso que bajó del cielo
para venir mi vida a consolar!
Es tu imagen en mi bello retrato
que, aunque el modelo envejecer se ve,
siempre lozano y juvenil se muestra,
que eterna juventud le dio el pincel.
Y ahora te aborrezco: con sus brazos
ciñeron tu beldad amantes mil;
aun es bello tu rostro, mas el alma...
y el alma fue lo que yo amaba en ti...
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No, ya no más acuerdate del cielo
y a él levanta tus alas, corazón:
sólo allá, sólo allá podrá apagarse
la sed que sientes de infinito amor.
(1854)