Preguntaba una noche entristecido:
—¿En dónde están, en dónde, ¡oh genio santo!
Los grandes pensamientos que murieron
sin nacer, en el fondo de tu cráneo?
Y la noche me dijo:
—¡Míralos— Aquí están en mi regazo.
Alcé los ojos y miré… ¡Dios mío!
¡Cómo hervían los astros!