•  Tarde, tarde,
     cae la tarde.
     Larga, larga,
     se aletarga,
     en derrumbe silencioso,
     como mirada en un pozo.
      


    «La Porteña», 1914.

  • Acostado sobre la tierra, en la calma absoluta de la noche, hilvano incoherencias.

    Mis oídos se tienden hacia los sonidos. Un vago rumor, hecho de mil imperceptibles. Junto a mí, un pasto que escapa al peso del cuerpo cruje apenas. Y los otros, esos que crecen, también tendrán su canto.

    Bruscamente evoco el zumbido inmenso de la tierra, en su girar sobre sí misma, mientras cruza...

  • Oriente y antiguo. Poderosos trampolines del ensueño.

    ¿Oriente? Debe ser muy rico, muy cálido, voluptuoso, imponderablemente.

    ¿Antiguo? Tiene que ser histórico.

    Tal vez, por estas razones, no sea mi Salomé ni oriental ni antigua.

    Empiezo:

    Si canto, llenas mi boca
    mi alma está loca,
    luna, luna,
    luuuuuuuuuuuuna....
  • Azules tus ojos. Azules y largos, como un deseo perezoso, cuando el cansancio pesa en tus párpados caídos.

    ¡Así!..., en el arrobo conventual de una mirada, quisiera reposar mi alma entre la sombra blanda que amontonan tus pestañas.

    Mientras los postigos de nuestro cuarto se ribetean de sol.


    «La Porteña», 1914.

  • Es un camino. Debe ser en Grecia vieja.

    Para un lado, va el valle enriqueciendo su flora, para el otro, la tierra, árida, se enferma. Son el lado del campo; el lado del pueblo.

    Algo: dos sombras, dos almas, corren en dirección opuesta.

    Con pequeño esfuerzo vese mejor.

    El que viene del campo, es un viejo; va despacio y parece llevar una carga. El que sale al campo...

  • El día se ha muerto.

    Cerca, todo lo que cae bajo la luz borrosa de los faroles. Por trechos, agujeros de obscuridad, pedazos de desconocido, donde la imaginación puede crearlo todo.

    A lo lejos, la masa densa de la montaña, sobre el cielo huyente, crea el horizonte. En sentido opuesto, donde la vista no alcanza, tierra y agua copulan idéntico beso.

    Solo, muy solo,...

  •  Está el llano perdido en su grandura.
     La tarde, sollozando púrpuras, aquieta
     las coloreadas vetas,
     que depura.
      
     De la cañada el junquillal sonoro,
     en rojo y oro,
     detiene girones de color,
     que haraganean, lentos,
     sus últimos momentos.
      
     No hay ni hombres, ni poblado.


    «Polvaredas», 1914.

  • Tango severo y triste.

    Tango de amenaza.

    Tango, en que cada nota cae pesada y como a despecho, bajo la mano más bien destinada para abrazar un cabo de cuchillo.

    Tango trágico, cuya melodía juega con un tema de pelea.

    Ritmo lento, armonía complicada de contratiempos hostiles.

    Baile que pone vértigos de exaltación viril en los ánimos que enturbia la...

  • En la indiferencia silente del atardecer pampeano, un vasco canta.

    Recuerda cuestas y pendientes rocosas y valles quietos o aldeas pueriles.

    La voz es mala, el afinamiento orillea. El ritmo de la guadaña descogota la canción, a cada cadencia ondulosa, que nada es, en la indiferencia llana del atardecer pampeano.

    Las ovejas balan volviendo al encierro, el vasco...

  • Sobre mi escritorio, un amigo filósofo ha dejado una calavera para forzar reflexiones profundas.

    La muerte. La eterna pesadilla de muerte, que es la vida. Una guadaña y los ojos redondos, vacíos, que engarzaron una mirada.

    Macabrisadas, por larga dentadura riente de espanto, las fosas nasales respiran luz, que se ahueca en el cráneo pergaminoso.

    Hondo tema de filosofeo,...