Acostado sobre la tierra, en la calma absoluta de la noche, hilvano incoherencias.
Mis oídos se tienden hacia los sonidos. Un vago rumor, hecho de mil imperceptibles. Junto a mí, un pasto que escapa al peso del cuerpo cruje apenas. Y los otros, esos que crecen, también tendrán su canto.
Bruscamente evoco el zumbido inmenso de la tierra, en su girar sobre sí misma, mientras cruza el espacio. Ese ruido, como los otros, escapa a la receptividad de mis oídos incapaces.
¿Y si perdiera la tierra su atracción centrípeta?
Siéntome cruzar la atmósfera, despedido en impulso gigantesco.
Y mi alma va tras el infinito, infinitamente.
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París, 1911.