I
Era la última noche,
La noche de las tristes despedidas,
Y apenas si una lágrima empañaba
Sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
...
I
Era la última noche,
La noche de las tristes despedidas,
Y apenas si una lágrima empañaba
Sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
...
A Schopenhauer, el huraño,
le hizo un epitafio barroco
en un cuento mordaz y extraño
Maupassant, aprendiz de loco.
Había muerto el profesor
avinagrado y pesimista;
guardaba su tez el livor
de unos reflejos amatista;
y en aquella cámara ardiente
lloraban por el corifeo
los discípulos del ingente
filósofo bilioso...
Mi carne pesa, y se intimida
porque su peso fabuloso
es la cadena estremecida
de los cuerpos universales
que se han unido con mi vida.
Ambar, canela harina y nube
que en mi carne al tejer sus mimos,
se eslabonan con el efluvio
que ata los náufragos racimos
sobre las crestas del Diluvio.
Mi alma pesa, y se acongoja
porque su...
Duerme, duerme tu gran sueño denso.
¿Recuerdas? Yo sí. Cuando descansabas, pero menos lívida y no con esa mala rigidez, que me entra en el pecho.
No era, como ahora, negro tu lecho, más liviana era mi alma. No velaban tu reposo esos seis fatales cirios, cuya luz trémula enturbia tus facciones.
Era el trabajo.
Trabajo espacioso, ritmado por lenta pluma, que...
¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
Por un instante con mi mano oprima,
Dejad que el llanto de mis ojos corra,
Dejad que mi alma sollozando gima.
Es, señora, mi llanto postrimero,
Llanto del triste corazón herido,
Es mi último sollozo en este mundo,
Es en la tierra mi postrer gemido.
Llorar al pie de un tumulto, señora,
Nunca del...
CREÍ que de la vida
Lo peor, lo más negro, era la muerte;
Pero he probado tantas amarguras
Y penas tan crueles;
De tal modo el dolor y el desengaño
Me han perseguido siempre,
Que he llegado á pensar que de esta vida
Lo mejor es la muerte.
Ya por el aire navega tu memoria
y todo viene a mí como fue entonces.
Oh! sueño, ensueño, tiempo y tiempo
para siempre y siempre detenido.
Monstruosamente múltiple
se alza
se alzaba el mar sobre los malecones
mordiendo los costados de la tierra.
Y tú tuviste miedo, frío, amor tuviste.
Y amor hubo, miedo, amor, en nuestros corazones.
¡Huyen los años como raudas naves!
¡Rápidos huyen! Infecunda Parca
pálida espera. La salobre Estygia
calla dormida.
¡Voladores años!
¡Dado me fuera detener convulso,
horas fugaces, vuestra blanca veste!
Pasan las dichas y temblando llegan
mudos inviernos...
Las fragantes rosas
mustias se vuelven, y el enhiesto cáliz
cae de la...