Ricardo Güiraldes

  • En la indiferencia silente del atardecer pampeano, un vasco canta.

    Recuerda cuestas y pendientes rocosas y valles quietos o aldeas pueriles.

    La voz es mala, el afinamiento orillea. El ritmo de la guadaña descogota la canción, a cada cadencia ondulosa, que nada es, en la...

  • Tango severo y triste.

    Tango de amenaza.

    Tango, en que cada nota cae pesada y como a despecho, bajo la mano más bien destinada para abrazar un cabo de cuchillo.

    Tango trágico, cuya melodía juega con un tema de pelea.

    Ritmo lento, armonía complicada de...

  •  Está el llano perdido en su grandura.
     La tarde, sollozando púrpuras, aquieta
     las coloreadas vetas,
     que depura.
      
     De la cañada el junquillal sonoro,
     en rojo y oro,
     detiene girones de color,
     que haraganean, lentos,
     sus últimos...

  • El día se ha muerto.

    Cerca, todo lo que cae bajo la luz borrosa de los faroles. Por trechos, agujeros de obscuridad, pedazos de desconocido, donde la imaginación puede crearlo todo.

    A lo lejos, la masa densa de la montaña, sobre el cielo huyente, crea el horizonte. En...

  • Es un camino. Debe ser en Grecia vieja.

    Para un lado, va el valle enriqueciendo su flora, para el otro, la tierra, árida, se enferma. Son el lado del campo; el lado del pueblo.

    Algo: dos sombras, dos almas, corren en dirección opuesta.

    Con pequeño esfuerzo vese mejor.

    ...
  • Azules tus ojos. Azules y largos, como un deseo perezoso, cuando el cansancio pesa en tus párpados caídos.

    ¡Así!..., en el arrobo conventual de una mirada, quisiera reposar mi alma entre la sombra blanda que amontonan tus pestañas.

    Mientras los postigos de nuestro cuarto se...

  • Oriente y antiguo. Poderosos trampolines del ensueño.

    ¿Oriente? Debe ser muy rico, muy cálido, voluptuoso, imponderablemente.

    ¿Antiguo? Tiene que ser histórico.

    Tal vez, por estas razones, no sea mi Salomé ni oriental ni antigua.

    Empiezo:

    Si...
  • Acostado sobre la tierra, en la calma absoluta de la noche, hilvano incoherencias.

    Mis oídos se tienden hacia los sonidos. Un vago rumor, hecho de mil imperceptibles. Junto a mí, un pasto que escapa al peso del cuerpo cruje apenas. Y los otros, esos que crecen, también tendrán su canto...

  •  Tarde, tarde,
     cae la tarde.
     Larga, larga,
     se aletarga,
     en derrumbe silencioso,
     como mirada en un pozo.
      


    «La Porteña», 1914.

  •  Tarde, tarde,
     cae la tarde.
     Larga, larga,
     se aletarga,
     en derrumbe silencioso,
     como mirada en un pozo.
      


    «La Porteña», 1914.