Cree la vulgar opinión
que el alma de un moribundo
piensa, más que en este mundo,
en Dios y en la salvación.
Oye, Leonor, la canción
que hirió el pensamiento mío
al son del eco sombrío
de mi funeral campana:
-"CUCU, cantaba la rana,
CUCU, debajo del río."
Partiste, y del sentimiento
en cama enfermo caí,
y cuando a exhalar por ti
iba ya mi último aliento,
embargó mi pensamiento,
en vez de tu amor y el mío,
este cantar tan vacío
que oí de niño a mi hermana:
-"CUCU, cantaba la rana,
CUCU, debajo del río."
Y como todo el que olvida
es de salud un dechado
después que te hube olvidado
volví otra vez a la vida.
Aún vivo muerto, querida,
pensando con hondo hastío
que tú, en vez del canto mío,
oirás, al morir, mañana:
-"CUCU, cantaba la rana.
CUCU, debajo del río."
¿A qué tan grande inquietud
para llenar la memoria
de tantos sueños de gloria,
de amor y de juventud,
si, al llegar al ataúd,
podrán tu pecho y el mío
no oir más que el tema frío
de esta canción de mi hermana:
-"CUCU, cantaba la rana,
CUCU, debajo del río."