¡Oh, cómo en tus cristales, fuentecilla risueña, mi espíritu se goza, mis ojos se embelesan! Tú de corriente pura, tú de inexhausta vena, transparente te lanzas de entre esa ruda peña, do a tus linfas fugaces salida hallando estrecha, murmullante te afanas en romper sus cadenas, y bullendo y saltando, las menudas arenas afanosa divides que tus pasos enfrenan, hasta que los hervores reposada sosiegas en el verde remanso que te labras tú mesma. Allí aun más cristalina a un espejo semejas do se miran las flores que galanas te cercan. Con su plácida sombra tu frescura conserva el nogal que pomposo de tu humor se alimenta, y en sus móviles hojas el susurro remeda de tus ondas volubles que al bajar se atropellan. En ti las avecillas su sed árida templan, sus plumas humedecen, jugando se recrean. Cuando abrasado sirio aflige más la tierra y el mediodía ardiente su faz al mundo ostenta, en ti grata frescura y amable sueño encuentra el laso caminante, que tu raudal anhela. Su benigna corriente el seno refrigera, la salud fortifica, repara las dolencias. En las almas alegres el júbilo acrecienta, y al que llora angustiado le adormece las penas. ¡Oh!, nunca, fuente clara, nunca menguados veas los copiosos cristales que tus márgenes llenan. Nunca turbios la planta del ganado los vuelva, ni el pintado lagarto, ni la ondosa culebra. Nunca próvida ceses en los giros y vueltas con que mansa discurres fecundando la vega, mas alegre acompañes murmullando parlera de mi lira los trinos, de mi labio las letras.
A una fuente: Oda III
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