Pensativo y lloroso, contemplando cuán tibia Dorila mi amor oye por hermosa y por niña, al margen de una fuente me asenté cristalina, que un rosal adornaba con su pompa florida. El voluble murmullo de sus plácidas linfas, de mis penas agudas amainaba las iras; y en sus ondas rientes encantada la vista, invisibles cual ellas mis cuidados se huían, cuando en torno una rosa que besar solicita, volar vi a un cefirillo con ala fugitiva, y entre blandos susurros, en voz dulce y sumisa, entendí que a la bella cariñoso decía: «¿Dó, insensible, te vuelves? ¿Por qué, injusta, te privas en mis juegos vivaces de mil tiernas caricias? Mírame que rendido, cuando humillar podría con soplo despeñado tu presunción esquiva, que te tornes te ruego, y a mis labios permitas que los ámbares gocen que en tus hojas abrigas. No temas, no, que ofendan con culpable osadía su rosicler hermoso, aunque blanda te rindas. Aun más fino que ardiente, a nada más aspiran que a un inocente beso las esperanzas mías. Por ti dejé en el valle, por ti, beldad altiva, con vuelo desdeñoso, mil lindas florecitas. Tú sola me embebeces, tú sola», repetía el céfiro, y más suelto en torno de ella gira, cuando súbito noto que la rosa rendida le presenta su seno, y él cien besos le liba, con los cuales mimosa de aquí y de allá se agita, otros y otros buscando que muy más la mecían. Y en aquel mismo punto escuché que benigna nueva voz me alentaba, nuncio fiel de mis dichas: «No de tímido ceses; insta, anhela, suplica, cefirillo incesante de tu rosa Dorila; y en sus dulces canciones delicada tu lira su tibieza y sus miedos cual la nieve derritan. Verás como a tus ansias cede al fin y propicia las finezas atiende, por ti ciega suspira, apurando en mi copa las inmensas delicias que a mis más fieles guardo, que mi afecto le brinda». Del Amor fue el consejo; y así luego entre risas vi a la esquiva en mis brazos como mil rosas fina.
El consejo del Amor: Oda IV
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