Triste estoy, Josefina idolatrada,
y en medio de mi fúnebre dolencia,
al través de las sombras de la ausencia,
inmóvil te contemplo junto a mí;
y te oigo ¡ay! y te miro desolada
suelta al aire tu blonda cabellera,
y tan tierna, sensible y lastimera,
cual en mis brazos sollozar te oí.
El momento fatal en que el destino,
como el bronce insensible a nuestro llanto,
y duro y sordo al ¡ay! de tu quebranto,
de entre tu casto seno me arrancó.
Y para ser más cara a mi memoria,
sonriéndome feliz te trasfiguras,
y cruzan por mi mente esas venturas
que el amor a tu lado me ofreció.
¿Lo recuerdas? La luna que subía,
coronada su frente de ígnea aureola,
trémula cintilaba en cada ola
que el Chambo quebrantaba a nuestros pies;
y al quieto brillo de su faz luciente,
dormidos lampos de turquí y de rosa,
hermoseando esa noche misteriosa,
penetraban al fondo del vergel.
Y en la luz y el silencio de esa hora,
vagaba fugitiva en tu semblante,
como la imagen de un pesar distante,
la sombra de las hojas del nogal;
y al través de su undívago ramaje,
cariñosa una estrella, desde lejos,
te prestaba los mágicos reflejos
con que ardía su disco virginal.
Besé, entonces, tu frente alabastrina,
e, inebriado en el ámbar de tu aliento,
contemplando un instante el firmamento,
puse mis ojos otra vez en ti;
y al verte me sentí lleno de orgullo,
porque te hallé tan cándida y tan bella,
y aún más pura y amable que esa estrella
que halagaba tu cuello de marfil.
Pues, nada puede ser más doloroso
de ese campo que, fresco y sin abrojos,
al dulce rayo de tus lindos ojos,
se llenaba de encantos y de luz.
Y el vago resplandor de aquella noche
mi triste corazón hoy sólo inunda
para hacer, Josefina, más profunda
esa pena que sientes también tú.
Pues, nada puede ser más doloroso
que el mirar las sonrisas del pasado,
al través de un presente infortunado,
de un presente de luto y de pesar,
ni nada más irónico y amargo
que los sueños que el alma se procura,
ilusa, acariciando esa ventura,
que perdida lloramos sin cesar...
Pero no, que yo guardo todavía
la hechicera esperanza, el sentimiento,
de aspirar otra vez el puro aliento
que difunde tu labio de coral,
y estrecharte de nuevo entre mis brazos,
no cual hoy, vaporosa e impalpable,
sino tierna, dulcísima, adorable
y viva en tu poética beldad.