I
Por más que un Rómulo crítico
desprecie tu numen poético,
porque envidioso y raquítico
le irrita todo lo atlético;
levanta tu voz homérica,
y siempre entusiasta y lírico,
entre tu mano colérica,
rompe su dardo satírico.
Y estalla en versos eufónicos,
uniendo a tu tierno cántico,
esos latidos armónicos
de tu corazón romántico.
O vierte en raudal fosfórico,
desde tu boca profética,
el fecundante calórico
de tu alma grande y patética.
Y si vives melancólico,
pensando en tu origen célico,
deja aqueste país diabólico
en un arrebato angélico.
Y, como el cóndor alígero,
cruza la región esférica,
y clava tu ojo flamígero
en el resto de la América.
Y pinta en lenguaje métrico
ese panorama vívido,
que nada tiene de tétrico,
ni mucho menos de lívido.
Y sobre esa montaña única
que alza su frente titánica,
envuelta en su fría túnica
como una visión satánica.
Posa tu vuelo magnífico,
y con acento despótico
maldice y truena terrífico
contra todo lo estrambótico.
Y si alguien te dice enfático
que no eres sino un estólido,
el tiempo te alzará estático
un jeroglífico sólido.
Y al fin algún buen retórico
que conozca bien la estética,
ha de hacer llamear histórica
la luz de tu aureola poética.
II
Sí: marcha y sigue tu áspero camino
y trepa valeroso hasta el Parnaso;
aunque dura te ofrezca tu destino
un cáliz de amargura a cada paso.
Tuyo es el mundo, tuya su grandeza
tuya la luz que brilla en el oriente,
tuyo ese sol que ostenta su belleza
en el áureo confín del occidente.
Tuya la noche muda y pavorosa,
tuyo el doliente y misterioso encanto
de esa luna que, tierna y amorosa,
endulza melancólica tu llanto.
Nada a tu vivo genio se asemeja,
y el espléndido fondo de tu verso
es un cristal que mágico refleja
la pompa y majestad del universo.
Y si llora sensible tu alma inquieta
y nadie te comprende en este suelo,
¡no importa, que tus lágrimas, poeta,
las recogen los ángeles del cielo!