La blanda primavera derramando aparece sus tesoros y galas por prados y vergeles. Despejado ya el cielo de nubes inclementes, con luz cándida y pura ríe a la tierra alegre. El alba de azucenas y de rosa las sienes se presenta ceñidas, sin que el cierzo las hiele. De esplendores más rico descuella por oriente en triunfo el sol, y a darle la vida al mundo vuelve. Medrosos de sus rayos los vientos enmudecen, y el vago cefirillo bullendo les sucede, el céfiro, de aromas empapado, que mueven en la nariz y el seno mil llamas y deleites. Con su aliento en la sierra derretidas las nieves, en sonoros arroyos salpicando descienden. De hoja el árbol se viste, las laderas de verde, y en las vegas de flores ves un rico tapete. Revolantes las aves por el aura enloquecen, regalando el oído con sus dulces motetes. Y en los tiros sabrosos con que el ciego las hiere, suspirando delicias, por el bosque se pierden, mientras que en la pradera, dóciles a sus leyes, pastores y zagalas festivas danzas tejen, y los tiernos cantares y requiebros ardientes y miradas y juegos más y más los encienden. Y nosotros, amigos, cuando todos los seres de tan rígido invierno desquitarse parecen, ¿en silencio y en ocio dejaremos perderse estos días que el tiempo liberal nos concede? Una vez que en sus alas el fugaz se los lleve, ¿podrá nadie arrancarlos de la nada en que mueren? Un instante, una sombra que al mirar desparece, nuestra mísera vida para el júbilo tiene. Ea, pues, a las copas, y en un grato banquete celebremos la vuelta del abril floreciente.
De la primavera: Oda V
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