Salid, ¡oh Clori divina! al Tormes, que ofrece hoy fija puente a vuestra planta su inquieto cristal veloz. Esta vez pudo el diciembre lo que mil pudisteis vos, que tienen fuerza de escarcha poderes de admiración. No su nieve a vuestra vista quieto el cristal se paró, que si aquí suspende el hielo, hiela aquí la suspensión. Salid, que el río os espera, que juzga discreto hoy la suela del chapín vuestro corona ya de favor. Y pues su honor os aclama, restituireisle su honor, si cuando le huellan tantos vos corona suya sois. Sobre la cama de campo solícito el aquilón tiende sábanas de nieve, do se acuesta enfermo el sol. Desmayos pues de sus luces mejóranse en vuestras dos, que mayores rayos visten en eclíptica menor. Bien que en tantos cielos puestos como deidad superior, los que son rayos de luz, de fuego fulmináis vos. Si el mundo ardiendo callara, diré, pues ardiendo estoy, que son incendios sus luces y que es fuego su esplendor. Que le holléis el campo aguarda, porque vuestras huellas son las que previenen abriles, las que producen verdor. Y en Pascua de Nacimiento, cuando en la muerte se vio, tendrá en vuestro pie florido Pascuas de Resurrección. Yo mis glorias solicito, pues a quien ha dado soy a vos vista las libranzas de sus glorias el amor. Salid, pues, ¡oh Clori bella! no os neguéis, ingrata, no a las voces de los ojos, al llanto del corazón. Y tendremos esta vez, si lo merece esta voz, honor Tormes, luz el día, vida el campo, gloria yo.
A un río helado
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