A un arroyo

Cansado vengo y sediento
Por esos picos desnudos,
Y entre las quiebras del monte
Tus limpias corrientes busco.

Sirviéndome van de guia
Estos tarayes y juncos;
Verdes y lozanos crecen;
Que tú estás cerca es seguro,

¡Ah, sí; ya veo tus chopos
Con su apacible susurro,
Y dulce suena en mi oido
Tu consolador murmullo!

¡Salve, cristalino arroyo,
Que cayendo en son confuso
A regar el prado bajas
Desde ese peñasco rudo:

Y no sobre negro cieno
Ni sobre guijarros duros,
Mas sobre limpias arenas
Sigues alegre tu rumbo!

No temas, no; aunque abrasado
Por mi ardiente sed acudo,
Verás que no te detengo
Ni tus corrientes enturbio.

¡Qué dulce sombra! ¡qué fresco
Corre el ambiente, y qué puro,
Robando al monte el aroma
De sus tomillos menudos!

¡Qué bello es ese remanso
Donde sosegado y mudo
Entre azucenas y mirtos
Vas deteniendo tu curso!

¡Y ese tapiz en que lucen
Los caprichosos dibujos
De las blancas manzanillas
Sobre el verdinegro musgo!

Y mas allá, en la ladera,
De amapolas un diluvio,
Que del agua llovediza
Guarnece los anchos surcos.

De tronco en tronco se extienden
Y forman pomposos muros
Las verdes hiedras que escalan
Esos álamos robustos.

Y esos castaños valientes,
Y esos nogales caducos
Hacen, juntando amorosos
Sus ramas, hojas y frutos,

Magníficos pabellones
Que con su sombrage oscuro
Cariñosos te defienden
De los ardores de Julio.

Lucha el sol por sorprenderte
En tus solitarios gustos,
Mas te protegen las ramas
Y es de ellas al fin el triunfo.

Y las flores de tu orilla,
Inclinando sus capullos,
Mirándose están ufanas
En esos cristales puros.

No envidies del mar salado
El ronco bramar sañudo,
Ni de sus hinchadas olas
El atronador tumulto:

Ni la furia del torrente
Que hasta su lecho profundo,
Desde la escarpada sierra
Baja entre revueltos tumbos.

¿Cuánto es mas bello en tu márgen
Ir contando uno por uno,
Ora tus blancos almendros,
Ora tus lindos arbustos?

¡Y oir cómo dan al aire,
Sin temores importunos,
Sus trinos los ruiseñores,
La tórtola sus arrullos!

¡Y con la mente apartada
De los hombres y del mundo,
Sentir que vuelan las horas
Como ligeros minutos!

¡Ah! ¡Dios te salve, arroyuelo,
Del triste Diciembre y crudo,
Con sus hielos apretados
Y sus vientos iracundos!

A Dios, arroyo apacible,
A quien amante saludo:
Yo guardaré tu memoria
Entre el cortesano lujo:

Y hablaré de tí á las gentes;
Y recordaré con gusto
Esas flores y esas aguas,
Y esta sombra que disfruto.

Yo te cantaré, arroyuelo:
Y no con semblante adusto
Oirán referir las galas
Que darte al cielo le plugo:

Y si hay alguno que extrañe
Este mi humilde tributo,
Ni el sol le abrasó en los llanos.
Ni sed en el monte tuvo.

Collection: 
1833

More from Poet

Album, ya llegó la hora
De que en tí venga á escribir;
Pero no sé qué decir:
No conozco á tu Señora.

Sé que se llama Leocadia,
Y que es una criatura
Trasunto de la hermosura
De las pastoras de Arcadia.

Pues está todo sabido;
Que al ver su...

¿Lo veis? ¡En tropel fiero
al monte van del olivar furiosos!
¡Cada cual el primero
quiere llegar! ¿Lo veis? ¡Lobos rabiosos
contra el dulce amantísimo cordero!

Allí va el fiero bando,
con palabras á Dios muy ofensivas
los aires conturbando:
y...

CADIZ. — JULIO DE 1846.

¡Sagrado mar, cuyo rugido atruena
al romperte á mis piés en choque rudo,
oye mi voz que temblorosa suena:
Occéano inmortal, yo te saludo!

Déjame que asombrado y sin aliento,
al verme junto á tí débil y solo,
contemple ese vaiven...

Cansado vengo y sediento
Por esos picos desnudos,
Y entre las quiebras del monte
Tus limpias corrientes busco.

Sirviéndome van de guia
Estos tarayes y juncos;
Verdes y lozanos crecen;
Que tú estás cerca es seguro,

¡Ah, sí; ya veo tus chopos...