Album, ya llegó la hora
De que en tí venga á escribir;
Pero no sé qué decir:
No conozco á tu Señora.
Sé que se llama Leocadia,
Y que es una criatura
Trasunto de la hermosura
De las pastoras de Arcadia.
Pues está todo sabido;
Que al ver su esmalte y color
Nadie pregunta á la flor
El jardin en que ha nacido.
Y cuando al jarron se asoma
Del gabinete templado,
Blandamente perfumado
Por su regalado aroma,
Todos ansiosos la miran;
Y en el galano portento
De sus matices sin cuento
El pincel de Dios admiran.
Así la muger hermosa,
Cuando su frente levanta,
Nuestros sentidos encanta
Como la purpúrea rosa.
Es verdad que algunas crecen
Ostentando en su figura
Esa celeste hermosura,
Que por cierto no merecen:
Que con el propio dolor
Que causan juegan con calma;
Porque hay mugeres sin alma,
Como hay flores sin olor.
Pero no tú, bella niña;
Que sé yo que el que á tí llega,
Si al sol de tus ojos ciega,
De tu bondad se encariña.
Pues advierte, con razon,
Cuando en tus hechos repara,
Que como bella es tu cara
Es bello tu corazon.
Por esa senda dirije
Siempre tu planta gallarda,
Y que el ángel de la guarda
Con sus alas te cobije:
Y del orgullo á despecho,
Funda tu gloria triunfante
Mas que en tu lindo semblante
En la bondad de tu pecho.
Que huye la hermosura leda;
Mientras la bondad hermosa
Como en su huerto la rosa
Prendida en el alma queda.
Y no la llega á manchar
El mundo con sus desmanes,
Ni sus recios huracanes
Logran su tallo quebrar:
Ni la descolora el frio
De la edad, que el cuerpo pliega,
Porque la Virgen la riega
Con su bendito rocío.
Ni al hombre son tan preciosas,
Ni dan alivio á sus penas
Como las mugeres buenas
Las mugeres mas hermosas.
Que si en las bellas se encierra
Del mundo un alto blason,
En cambio las buenas son
Los ángeles de la tierra.