Eres como esos paisajes
en donde la Luna enreda,
sobre los quietos ramajes,
su blanco vellón de seda.
Tu amor, que me da la vida,
tiene la gracia discreta
de una lágrima escondida
en un cáliz de violeta.
Por exceso de pasión,
después de que te he besado,
se queda mi corazón
igual a un cielo estrellado.
Bajo la urdimbre de seda
de tu pestaña rosada,
si alguna lágrima rueda,
goza tanto, que se queda
en tu pupila, extasiada.
Tus manos, lirios enanos,
dominaron mi altivez,
y no son alardes vanos:
las rosas huelen después
que las tienes en las manos.