Sueño de amor

¡Oh! ¡Cómo es grato a veces entre sueños ver pasar la fantasma misteriosa, en que descubre el alma apasionada el rostro del objeto a quien adora; y recordar entonces la mirada, llena de languidez y de dulzura, que dice: «Yo te adoro, ángel del Cielo», y ver correr el llanto de ternura, y poderse decir: «Logré un suspiro, yo soy sólo consuelo de la dulce beldad por quien respiro!» Yo no, no soy el ser afortunado a quien guardó la suerte tal ventura. Jamás un corazón apasionado latió cerca del mío de ternura; jamás amé, jamás he sido amado; y bajaré al sepulcro encanecido sin que la voz de amor de mis angustias haya tal vez el curso suspendido. Sí, ¡feliz el que goza bajo el cielo ese intenso placer de ver su mano bañada por el llanto de una hermosa, que la besa mil veces y la allega al alma candorosa! ¡Ah! Sentir, palpitar un pecho tierno, y palpitar de amor... y ver clavados unos hermosos ojos en los nuestros, no recordar ni en suelo los cuidados, menospreciar del orbe las grandezas, ser feliz aspirando el aire mismo que aspira la beldad encantadora, ángel del suelo mío, ¿hay otra dicha para quien en la tierra solo mora? Yo no, no amé jamás... y ¡cuánto temo que el juvenil ardor que me devora en amor se convierta! ¿Habrá quien pueda concebir el amor cual le concibo? No es apurar la copa del deleite, yo es el goce y no más de los sentidos, esto no, no es amor para el poeta: amor es para mí sólo ternura, una sola mirada de inocencia que deseche del alma la amargura; un suspiro tal vez, una sonrisa, un enternecimiento repentino, una sola palabra de consuelo, y un dulce no sé qué que no defino. Este es todo el amor para mi alma: amor sin inocencia le detesto. Cuando desaparezcan de la tierra ese dulce candor que tanto quiero, estatuas amaré, que me es más grato el mármol, que el amor prostituido de una mujer que apenas tiene tiempo para cerrar un broche, entre el amante crédulo del día y el hombre de la noche. Soñé una vez, pero una vez tan solo, que ardía yo de amor, y aun lo recuerdo; una mano más blanca que la nieve, más suave al tocar que el terciopelo, mis lágrimas secaba... y la belleza, como yo enternecida, me decía: «A ti no más consagro el alma mía». ... Pero fue sólo sueno, y... ¡Desgraciado de aquel que sólo en sueños es amado!

Collection: 
1833

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