• I

    Raza de Abel, duerme, bebe y come;
    Dios te sonríe complaciente.

    Raza de Caín, en el fango
    Arrástrate y muere miserablemente.

    ¡Raza de Abel, tu sacrificio
    Halaga la nariz de Serafín!

    Raza de Caín, tu suplicio,
    ¿Tendrá alguna vez fin?

    Raza de Abel, ve tus sembrados
    Y tus ganados crecer;

    Raza de Caín, tus entrañas...

  • Abril florecía
    frente a mi ventana.
    Entre los jazmines
    y las rosas blancas
    de un balcón florido
    vi las dos hermanas.
    La menor cosía;
    la mayor hilaba...
    Entre los jazmines
    y las rosas blancas,
    la más pequeñita,
    risueña y rosada
    —su aguja en el aire—,
    miró a mi ventana.
    La mayor seguía,
    silenciosa y...

  • ¡Día de dolor
    aquel en que vuela
    para siempre el ángel
    del primer amor!

  • ¿Cómo decía usted, amigo mío?
    ¿Que el amor es un río? No es extraño.
    Es ciertamente un río
    que uniéndose al confluente del desvío,
    va a perderse en el mar del desengaño.

  • Pues tu cólera estalla,
    justo es que ordenes hoy ¡oh Padre Eterno!
    una edición de lujo del infierno
    digna del guante y frac de la canalla.

  • En el kiosco bien oliente
    besé tanto a mi odalisca
    en los ojos, en la frente,
    y en la boca y las mejillas,
    que los besos que le he dado
    devolverme no podría
    ni con todos los que guarda
    la avarienta de la niña
    en el fino y bello estuche
    de su boca purpurina.

  • Bota, bota, bella niña,
    ese precioso collar
    en que brillan los diamantes
    como el líquido cristal
    de las perlas del rocío
    matinal.
    Del bolsillo de aquel sátiro
    salió el oro y salió el mal.
    Bota, bota esa serpiente
    que te quiere estrangular
    enrollada en tu garganta
    hecha de nieve y coral.

  • Puso el poeta en sus versos
    todas las perlas del mar,
    todo el oro de las minas,
    todo el marfil oriental;
    los diamantes de Golconda,
    los tesoros de Bagdad,
    los joyeles y preseas
    de los cofres de un Nabad.
    Pero como no tenía
    por hacer versos ni un pan,
    al acabar de escribirlos
    murió de necesidad.

  • A veces melancólico me hundo
    en mi noche de escombros y miserias,
    y caigo en un silencio tan profundo
    que escucho hasta el latir de mis arterias.

    Más aún: oigo el paso de la vida
    por la sorda caverna de mi cráneo,
    como un rumor de arroyo sin salida,
    como un rumor de río subterráneo.

    Entonces presa de pavor, y yerto
    como un cadáver, mudo...

  • Como atento no más a mi quimera
    no reparaba en torno mío, un día
    me sorprendió la fértil primavera
    que en todo el ancho campo sonreía.
    Brotaban verdes hojas
    de las hinchadas yemas del ramaje,
    y flores amarillas, blancas, rojas,
    alegraban la mancha del paisaje.
    Y era una lluvia de saetas de oro
    el sol sobre las frondas juveniles;...