• ¡Cuantas veces, oh madre, fatigado
    del largo afán que el pensamiento abruma,
    dejaba al fin la dolorosa pluma
    para buscar tu cariñoso lado!
    Y me acogías en tu seno amante,
    y en tu sofá tendido, a mi mejilla
    era blanda almohada tu rodilla,
    como cuando era pequeñuelo infante.
    La luz bebía de tus ojos bellos,
    y sentía tu mano dulcemente
    ...

  • ¡Oh cuanto triste venturoso día,
    que en mi memoria sin cesar contemplo,
    cuando en tu estancia convertida en templo,
    enfrente de tu lecho de agonía,
    alzamos, madre, el ara
    donde al eterno Padre el Sacerdote
    la víctima inmortal sacrificara!
    Présaga, oh madre, de tu fin vecino,
    y absuelta ya por la sagrada diestra
    dispensadora del perdón...