Ante la puerta dorada
de Doña Inés, gran señora
que pasa risueña vida
entre primores y joyas,
un andrajoso mendigo
con faz de hambriento llorosa,
llamó pidiendo por Dios
una mísera limosna.
Asomose a los balcones
que sus paredes decoran
la doña Inés y al cuitado
iba a ahuyentar desdeñosa,
cuando vio que ojos testigos...
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¡Entrad!... en mi aposento
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas...
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
"¡Yo...