Una limosna

Ante la puerta dorada
de Doña Inés, gran señora
que pasa risueña vida
entre primores y joyas,
un andrajoso mendigo
con faz de hambriento llorosa,
llamó pidiendo por Dios
una mísera limosna.
Asomose a los balcones
que sus paredes decoran
la doña Inés y al cuitado
iba a ahuyentar desdeñosa,
cuando vio que ojos testigos
de su soberbia, la acosan.
Lanzó con desdén al pobre
áurea pieza que sonora,
llevó al labio del mendigo
un ¡ah! de sorpresa loca
y sensible a gratitud
alzando la faz absorta,
vio de la bella el desdén
pintado en ojos y boca.
De los ojos del mendigo
de llanto cayó una gota,
como el acíbar amarga,
como el pesar dolorosa-.
Siguió triste su camino
hasta que vio que en carroza
espléndida, y de lacayos
y pajes en la custodia,
sobre cojines preciosos
acercábase Eleonora-.
Con buen corazón el cielo,
cual la más brillante joya,
a la bella había dotado,
haciéndola aun más valiosa.
Al ver, por tanto, al mendigo,
con piedad y con zozobra
a un galano pajecillo
que de servirla blasona,
mandó que lo diese al punto
caritativa limosna.
Y aquel, veloz y obediente,
de una riquísima bolsa
sacó argentina moneda
y al mendicante arrojola-.
La beldad, aunque su pecho
la humana desdicha toca,
tornó la mirada esquiva
de la miseria asquerosa-.
Por lo visto, este presente
la pena angustiada y sorda
del mendigo no calmó,
pues su lloro no se acorta-.
Mas por su bien te halló luego
dulce Elvira dadivosa:
con el ánimo afligido
pero a Dios alzando loa,
por el momento felice
de hacer bien que te ocasiona-.
Intentas darle benéfica
el socorro que te implora;
mas, ay de ti, que has perdido
la caritativa bolsa,
y solo queda en tus manos
de cobre una pieza sola.
Dasla con gozo al mendigo,
con ese rostro de aurora,
con esos ojos piadosos,
que humedece la congoja,
con esa dulce sonrisa
que trueca la tierra en gloria-.
De tu alma conmovida
palabras consoladoras
brotaron que del mendigo
las penas curaron todas.
Entonces... de sus pupilas
cayó una lágrima sola
de esas lágrimas de miel
que el cielo amoroso forja.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Anoche soñé que un ángel
os volvía las limosnas
que disteis a aquel mendigo,
pues Dios devuelve con sobras,
y es prestarle dar al pobre
y consolar al que llora-.
De Doña Inés la ganancia
en florada ebúrnea concha,
y con primor, se encerraba;
yacía la de Eleonora
en concha de ébano y nácar,
y la tuya, amiga hermosa,
en caja sobrado humilde
de cobre sencilla y tosca.
Abrió Doña Inés la suya
con faz altanera y torva,
y halló ser su donativo
lodo que al asco provoca;
una cristalina perla
halló la bella Eleonora,
en tanto que tú, divina
como el alma que atesoras,
hallaste en diamante hermoso
convertida tu limosna.
¡Ah! manantial de diamantes
es tu alma generosa.
El amor que tu alma dé
debe tener el aroma
que a tus dones presta el cielo:
el corazón que te adora,
¡ay! de tu amor es mendigo:
por Dios, bella, una limosna.

Collection: 
1846

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de Doña Inés, gran señora
que pasa risueña vida
entre primores y joyas,
un andrajoso mendigo
con faz de hambriento llorosa,
llamó pidiendo por Dios
una mísera limosna.
Asomose a los balcones
que sus paredes decoran...

¡Oh! ¡cuán triste se queja el alma mía!
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