Vanitas vanitatum

En un tiempo envidié la suerte ajena,
juzgándome yo solo desdichado;
mas sé que a todos a gemir condena
la inexorable voluntad del hado:
arrastra cada cual de la cadena
que envuelve y aprisiona lo creado
un eslabón, y por diversos modos,
todos padecen y suspiran todos.
¿Quién conoció jamás un venturoso?
Es máscara la dicha solamente;
el rostro más sereno y más radioso,
tristeza esconde, regocijo miente;
como tal vez entre el rosal frondoso
se anida venenosa la serpiente,
o al lindo fruto de color lozano
le roe el corazón negro gusano.
¡Cuántos felices reputé primero,
por gloria, por riquezas y boato,
cuyo tedio profundo y dolor fiero
me descubrió después estrecho trato!
Oye, oh mortal, mi verso verdadero,
ni ajena suerte envidies insensato,
que por diverso modo desgraciado
fueras quizá, más en el mismo grado.
Es el Dolor un rey, cuyo tirano
maldecido poder menos no abarca
que cuanto rige con sangrienta mano
la universal inevitable Parca:
a entrambos cuanto el mísero aldeano
tributo paga el vencedor monarca,
y hasta hoy las duras inflexibles leyes
nadie burló de tan tremendos reyes.
Si no mintiera el rostro, o fuera el hombre
de trasparente cuerpo cristalino,
se viera que es la dicha un vano nombre,
y buscarla en la tierra es desatino:
ya no habrá desventura que me asombre;
a la coyunda del común destino
mi frente doblo, y de anhelar sin seso
terrenas dichas para siempre ceso.
Los bienes a que da tan halagüeña
bella faz la distancia engañadora,
¡Cuán distintos de cerca los enseña
la verdad que su lustre descolora!
Siempre la hastiada Posesión desdeña
lo que el Deseo y la Esperanza adora;
y cuanto más ansió mi desvarío,
lo envidio, ajeno, lo desprecio, mío.
Oh Salomón, Jehová con larga mano
te dio infusa sin par sabiduría,
riqueza, amor, poder, cuanto el humano
deseo en fin imaginar podría;
mas de que tanto don a dar es vano
la ventura, la paz y la alegría,
con esa triste voz me persüades:
Es todo vanidad de vanidades.
Y si feliz tú, Salomón, no fuiste,
y si, cercado de grandeza suma,
eternamente suspirabas triste,
¿quién hay que serlo tras de ti presuma?
Ser vanidad cuanto en la tierra existe
fue la verdad que tu doliente pluma
legó a los siglos, cual final sentencia
de tantas glorias, de tan vasta ciencia.
Tú viste que el saber sólo era viento,
carga el poder, la majestad vestido,
El amor la quimera de un momento,
las riquezas temor, la fama ruido,
llanto la risa y el placer tormento;
y que cuanto, con ansia apetecido,
de lejos nos deslumbra y nos agrada,
era de cerca dolorosa nada.

Si oro me dan, y gloria, y poderío,
si dueño me hacen de la tierra vasta,
se quedará mi corazón vacío,
que cuanto alcanza, sin llenarse, gasta;
a lo infinito del anhelo mío
Dios infinito es quien tan solo basta:
y hasta que logre su divino objeto,
suspirará mi corazón inquieto.
Gota sin él en ancho mar vertida
fueran bienes celestes y terrenos:
y a Dios es fuerza que sedienta pida
el alma que le copia, y que con menos
que con Aquel que la hizo a su medida
henchir no puede sus inmensos senos;
y a esa capacidad tan vasta y honda
es bien que un Dios entero corresponda.
¿Cuándo será, mi Dios, que, al contemplarte,
en tus inmensos piélagos, sin tasa
la sed eterna de mis ansias harte
y el amor infinito que me abrasa?
¿Cuándo será que tu rigor no aparte
del santo umbral de tu divina casa
al que, nacido para estar en ella,
el ancho mundo desdeñoso huella?

Collection: 
1855

More from Poet

  • Cuando doblen las campanas,
    no preguntes quien, murió:
    quien, de tus brazos distante,
    ¿quién puede ser sino yo?

    Harto tiempo, bellísima ingrata,
    sin deberte ni en sombra favores,
    padecí tus crüeles rigores
    y lloré como débil mujer;
    ya me rinde el...

  • I

    Iba la más oscura taciturna
    y triste Hora nocturna
    moviendo el tardo soñoliento vuelo
    por el dormido cielo,
    cuando, dejando mi alma
    en brazos del hermano de la Muerte
    a su cansado compañero inerte,
    libre de su cadena,
    voló a su patria...

  • ¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
    En ti se apaga el huracán humano,
    cual muere al pie de las tranquilos puertos
    el estruendo y furor del océano.
    Tú el sólo asilo de los hombres eres
    donde olviden del hado los rigores,
    sus ansias, sus dolores, sus placeres...

  • Áridos cerros que ni el musgo viste,
    cumbres que parecéis a la mirada
    altas olas de mar petrificada,
    ¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

    ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
    en contemplaros, al fulgor sombrío
    de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
    ...

  • No os asombréis tanto, no,
    si en la templanza que muestro
    tan otro de mí soy yo;
    un sueño ha sido el maestro
    que tal cambio me enseñó.
    Temo, fiel a su lección,
    que, cuando más la altivez
    levante mi corazón,
    me he de encontrar otra vez
    en mi...