Está el llano perdido en su grandura.
La tarde, sollozando púrpuras, aquieta
las coloreadas vetas,
que depura.
De la cañada el junquillal sonoro,
en rojo y oro,
detiene girones de color,
que haraganean, lentos,
sus últimos momentos.
No hay ni hombres, ni poblado.
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«Polvaredas», 1914.