Xanto era difícil. En vano los adoradores volcaban copas de amor sobre la frígida blancura de su belleza.
Nadie supo tocarla, ninguno fue capaz de romper el desprecio que escondía en corteses indiferencias.
En vano hicieron prodigios de ingenio, nunca la emoción irisó su cutis de pétalo.
Xanto fue adorada con un pedestal de respetos, y los deseos, tal hiedras impotentes, jamás llegaron a sus pies deificados.
Xanto, por mirar abajo, se olvidó de sí. Creyéndose de mármol eterno, transformose en su religión y contemplaba su persona, en los reflejos de las miradas, como un episodio de ánfora sagrada.
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Buenos Aires, 1914.