A don Remigio Crespo Toral,
en su coronación
Desde la ebúrnea torre donde, como el latino
artífice, cincelo mi verso diamantino
—miel para la famélica jauría—,
pongo mi lira acorde al melodioso coro
de los címbalos rítmicos y las trompetas de oro
que dicen tu triunfo sonoro,
Rey de la clásica Harmonía.
Yo, que rimé la música de las profanas prosas,
lírico jardinero de las sensuales rosas,
en los vastos dominios del Príncipe Rubén,
te doy en mi incensario los más puros aromas,
mando laurel y mirto, con mis blancas palomas,
a decorar tu altiva sien.
Como una ronda griega cincelada en un vaso,
ronda de blancas ninfas que armonizan su paso
al mismo vago y dulce son,
suelto las mensajeras alondras de mi canto
hacia el bosque de lauro, de magnolia y acanto,
en que resuena tu canción.
Rojos labios sonríen a tus labios, Patriarca;
el heráldico cisne su leve cuello enarca
al arrugar la brisa del mar el verde tul;
y avanza a la ribera del sombrío Destino
tu nave, ¡oh, argonauta de un ensueño divino,
que despliegas del Arte el pabellón azul!
Triunfalmente conduces el alado Pegaso,
tu nombre llena el cielo del Levante al Ocaso,
la eterna luz nimba tu sien.
Y penetras, al son de cien liras sonoras,
al reino donde miran las eternas auroras
Homero, Dante, Hugo y Verlaine.