CUENTO VIEJO
Un militar muy valiente
–según propia confesión,–
delante de mucha gente
refería lo siguiente
con vivísima emoción:
–«El moro nos acosaba
con furia desesperante;
el gran O'Donnell dudaba,
pero Prim que nos mandaba,
dijo por fin: –¡Adelante!
¡Qué momento aquel!... ¡Qué horror!...
Al sonar de las cornetas
se encendió nuestro furor,
y de la luna al fulgor,
brillaron las bayonetas...
Atacamos con denuedo;
los marroquíes bribones
huían muertos de miedo;
y yo que... ¡Vamos! No puedo
dominarme en ocasiones,
aunque oí la voz de mando
que gritó: «¡No acometer!»
sin saber cómo ni cuándo
seguí avanzando... avanzando...
sin poderme contener.
No hallé a nadie en mi carrera...
Hasta que, a la luz primera
del sol, mi suerte ha querido
que viese a un moro tendido
al lado de una pitera.
¡No lo olvidaré jamás!
¡Daba miedo aquel morazo!
Pero yo fui por detrás,
le cogí una pierna, y ¡zas!
¡se la corté de un sablazo!»
–¡Diablo! –un oyente exclamó,–
¡Hombre, admiro su proeza!
Mas, pues no se defendió
aquel moro, ¿por qué no
le cortó usted la cabeza?
–¿Que por qué no le corté
la cabeza a aquel malvado?
¡Va a usted a saber por qué!
Porque cuando yo llegué
¡ya se la habían cortado!