Es costumbre muy usada
por algunos escritores,
al dirigirse a su amada,
hablar de los ruiseñores,
de los ríos, de las flores...
y por fin no decir nada.
¡Qué bobada!
¿Para qué esa tontería?
¡No, señor!
¡Menos, menos poesía,
y más, mucho más amor!
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Hay poeta sin fortuna
que al escribir su pasión,
habla del fiero aquilón,
de los rayos de la luna,
de la pálida laguna
–espejo donde se mira
la hermosa entre las hermosas–
y en fin, de otras muchas cosas...
y casi todas mentira.
¡Y así escriben a su amada!
¡Qué bobada!
¡Más que pasión es manía!
¡Sí, señor!
¡Menos, menos poesía,
y más, mucho más amor!
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Si tú, querida lectora,
que oyes estas reflexiones,
te encuentras sin relaciones...
por ahora.
Si con verdad como un templo
no te he parecido adusto,
y, por ejemplo, te gusto,
o te gusto sin ejemplo;
no habrá néctar ni ambrosía
en nuestro amor, no, señor;
pero tendrás, vida mía,
un amor al por mayor,
por la noche y por el día.
¡Que es mejor
poca, poca poesía,
pero mucho, mucho amor!
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Yo te querré porque sí,
mas ten presente que no
te llamaré nunca hurí,
ni ángel, ni cosas que yo
oigo llamar por ahí.
Si eres mujer al querer,
y yo tengo estas ideas,
y te quiero por mujer,
¿a qué compararte a un ser
que yo no quiero que seas?
Si eres, por mi suerte, hermosa,
te llamaré hermosa en prosa,
que la prosa es ni manía.
¡Sí, señor!
¡Poca, poca poesía,
pero mucho, mucho amor!
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¡Vamos a ver! ¿Para qué
decir en tono sensible
que es una almendra tu pie,
cuando eso es un imposible?
¿A qué decir que tus ojos
tienen tan vivos destellos
que al mismo sol dan enojos
si el sol no se ocupa de ellos?
¿A qué ser un zascandil
siguiendo de otros el rastro,
diciendo en tono febril
que es tu cuello de alabastro
y tus manos de marfil?
¿A qué engañar a las gentes,
si no hay persona formal
que crea en seres vivientes
que tenga perlas por dientes
y los labios de coral?
¡Nada de eso!
Pues fuera una tontería,
siendo tú de carne y hueso,
por fortuna tuya y mía.
¡Sí, señor!
¡No me pidas poesía,
pero, en cambio, pide amor!