Tú, que en la universal carnestolenda
ostentas, bajo el rostro sonreído,
mal pensamiento y corazón podrido:
ven, descansa a la sombra de mi tienda;
alégrate, sonríe, ten mi ofrenda
de frescas pomas; sacia en mi florido
huerto la sed del labio consumido
por el cansancio de la dura senda.
Bien sé que reposada tu fatiga
en silencio te irás, y tu enemiga
mano mi copa colmará de hieles.
Mas, a despecho de iras envidiosas,
siempre tendrán mi pensamiento, rosas;
mis labios, rimas, y mis rimas, mieles.