Égloga

Ella, la que acompaña siempre mi soledad, subió conmigo una tarde de abril a la montaña, y, junto al bosque amigo de los antiguos robles corpulentos, entrambos sin testigo, con débiles acentos, dimos nuestros coloquios a los vientos. YO ¡Cómo al cálido beso del sol, la tierra toda estremecida palpita y siente el corazón opreso con el afán de renaciente vida! Mira, de la congoja del aterido invierno despierta el valle, que al placer convida, y cada soplo de aire en cada hoja deja un suspiro tierno. ELLA Ese soplo que engendra las llores en las ramas del manzano y entre las hojas la temprana almendra, también, hasta el humano pecho, llevando su fecundo arrullo con sus revueltos giros, abre en el corazón ese capullo cuyo perfume son nuestros suspiros. YO Mira cómo del hondo barranco sale hacia el risueño valle el río, y copia en su tranquilo fondo de álamos negros la extendida calle. Mira cómo se pierde su sesgo curso entre la alfombra verde del fresco prado, y salta su caudal cristalino para vencer el alta presa de aquel molino, y luego ensancha el curso y se dilata brillando al sol como raudal de plata, hasta perderse al fin del horizonte doblando el pie del contrapuesto monte. ELLA ¿Quién sabe, más allá, si entre las quiebras ¡ay!, alejado de su humilde cuna, irá rompiendo sus delgadas hebras, o en fétida laguna sus muertas aguas la temida peste pálida engendrarán?... De su fortuna no ansíes tú el rumbo, no. Dicha celeste para ti guarda el pobre hogar donde naciste y donde a solas tu alma será como la oculta fuente, más fecunda en su lánguida corriente que el turbio mar con sus inmensas olas. YO Mira cómo verdea del nuevo trigo la cosecha opima desde las blancas casas de la aldea hasta del monte en la redonda cima. Mira el ala del viento cómo los tallos al pasar orea con blando movimiento, y huye después, como atrevido amante, que, en perdonable exceso, de su amada en el labio palpitante logró imprimir el disputado beso. ELLA En el surco el labriego escondió el grano, como oculta el avaro su tesoro: pronto vendrán los fuegos del verano y brotarán doquiera espigas de oro. En tu ánima sencilla guarda bien la semilla de mis palabras dulces y serenas del mundo infiel contra los torpes daños; y, como a fruto de tus largas penas, verás cuál nace en ti, al correr los años, el pan bendito de las almas buenas. YO Mira con raudo vuelo cómo las pasajeras golondrinas surcan de nuevo nuestro alegre cielo, y buscan, escondidos en las viejas encinas o en la alta torre, los antiguos nidos. ELLA Cuando el pálido invierno cubra con manto blanco esas laderas, huirán del nido tierno las negras golondrinas pasajeras; y sólo el pardo gorrión, que enoja con su trinar sencillo, será fiel a los árboles sin hoja y al nido de las torres del castillo. Quien busca el tibio sol de tu fortuna si el duelo viene, te abandona y marcha, como la golondrina huye su cuna cuando llega la escarcha. Ya del vago crepúsculo los tules iban cubriendo la región serena; las abejas dejaban las azules flores por la colmena; la yunta de los bueyes arrastraba el arado en los senderos; las baladoras greyes llamaban a los tímidos corderos, lentas marchando hacia el cercano aprisco; centelleaba la hoguera del leñador, en empinado risco; iba inundando la ondulada alfombra de la verde pradera de las montañas la creciente sombra; sonaba la campana de la ermita vecina, a par que la lejana canción de la afanada campesina, cuando, buscando del hogar que humea el pobre techo amigo, de la montaña, entrambos sin testigo, mi musa y yo, bajamos a la aldea.

Collection: 
1856

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