Se balancea,
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...
Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Osea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.
Desde el núcleo
en mareas
absolutas y azules,
asciende el agua de la mirada
y abre las suaves puertas
de los ojos como mares en la tierra.
... tan quietas
esas mansas aguas de Dios
que sobre ellas
mariposas e insectos de oro
se balancean.
Y las otras dos puertas:
las antenas acurrucadas
en las catacumbas que inician las orejas;
pozos de sonidos,
caracoles de nácar donde resuena
la palabra expresada
y la no expresa:
tubos colocados a derecha e izquierda
para que el mar no calle nunca.
y el ala mecánica de los mundos
rumorosa sea.
Y la montaña alzada
sobre la línea ecuatorial de la cabeza:
la nariz de batientes de cera
por donde comienza
a callarse el color de vida;
las dos puertas
por donde adelanta
-flores, ramas y frutas-
la serpentina olorosa de la primavera.
Y el cráter de la boca
de bordes ardidos
y paredes calcinadas y resecas;
el cráter que arroja
el azufre de las palabras violentas,
el humo denso que viene
del corazón y su tormenta;
la puerta
en corales labrada suntuosos
por donde engulle, la bestia,
y el ángel canta y sonríe
y el volcán humano desconcierta.
Se balancea,
arriba,
sobre el cuello,
el mundo de los siete pozos:
la humana cabeza.
Y se abren praderas rosadas
en sus valles de seda:
las mejillas musgosas,
Y riela
sobre la comba de la frente,
desierto blanco,
la luz lejana de una muerta...