A la memoria de mi hermana Adela

- I - Seis años ya que el alma de mi alma en la triste postrera despedida me dijo su adiós tierno. ¿Por qué, infiel corazón, lates en calma? ¿Por qué, cuando es eterna la partida, no es el dolor eterno? - II - Y eterno es mi dolor, que aún el agudo dardo yo siento en la cerrada llaga cuando una voz la nombra. No está muerto mi duelo, aunque está mudo. Secos al llanto, por mis ojos vaga siempre una triste sombra. - III - Cuando el invierno pálido se aleja y primavera con las frescas galas orna el árido suelo, cual mariposa que la cárcel deja, su alma entreabrió las transparentes alas para volar al cielo. - IV - De entonces que al tornar las tibias brisas, cuando en Oriente el sol rojo fulgura, mi corazón opreso ve en las luces del alba sus sonrisas, y el soplo del abril se me figura su codiciado beso. - V - Y al pensar en su blonda cabellera y en la luz de sus ojos de esmeralda, me finjo en mi congoja que es su imagen la verde primavera, cuando de mustias rosas la guirnalda tristemente deshoja. - VI - Que ella murió en la edad de la hermosura, en la edad de los cándidos hechizos; y cuando piense en ella veré siempre su blanca vestidura, su tersa frente y sus dorados rizos: la veré siempre bella. - VII - Morando en los espacios de la gloria tú aún vives con nosotros, pobre Adela; tú para mí no has muerto. Yo en mis duelos invoco tu memoria, cual protector espíritu, que vela sobre mi hogar desierto. - VIII - Y, al vencer los escollos de la vida, yo comprendo ahora bien cuánto se encierra inefable consuelo, en el místico lazo, en que va unida parte de una familia por la tierra y parte por el cielo. - IX - Como en el bosque solitario el ave, cual flor nacida en el cerrado huerto, como en el mar la ola, cuya breve existencia nadie sabe, tú, en el hogar donde naciste has muerto desconocida y sola. - X - Pero al orgullo vano de la ciencia, y a las fútiles pompas de la gloria o al opulento brillo, prefiero yo tu cándida inocencia, y esa vida sin mancha y sin historia de un corazón sencillo. - XI - Fugaces horas de inocentes juegos, fiestas alegres del hogar, veladas de infantiles consejas, de estudio grave o de devotos ruegos, ésas son las memorias adoradas que a tus hermanos dejas. - XII - Yo sé por qué, tras de suspiro blando, mi madre enjuga con callado duelo sus húmedas pupilas; yo sé en qué piensan mis hermanas, cuando clavan absortas en el albo cielo sus miradas tranquilas. - XIII - La limosna, el perdón de los agravios, la alegría, el dolor que purifica el corazón del hombre, la oración que pronuncian nuestros labios, todo a ti nuestro amor te lo dedica, todo se hace en tu nombre. - XIV - Así llenas tú aún nuestra morada; así de nuestro amor te hizo señora para siempre la muerte; y cuando llegue la vejez cansada, pienso que ha de endulzar mi última hora la esperanza de verte.

Collection: 
1856

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