La gata transformada en mujer

Dicen que enamorado de una gata estaba allá en el Asia un europeo: (Cuando de amor se trata tanto cuanto me cuentan tanto creo.) Y como suele siempre quien bien ama de su bella a los usos conformarse, se cuenta del tal hombre que por Brama de su dios y su ley quiso apartarse. Hecho Brahmín, creía ciegamente cuanto de Metempsícosis se ha escrito. Según él, era claro y evidente, (y un bonzo lo aprobó muy erudito) que la gata su amante una joven muy bella ser debía. ¡Brama, o Brama! Exclamaba noche y día, haz que vuelva a su ser en el instante esa preciosa gata por quien solo mi pecho ya te acata! Todo lo obtiene aquel que mucho ruega; y a su nuevo creyente esta gracia no niega Brama, el Dios de bondad omnipotente. Héteme ya a la gata transformada en una joven linda y adorada; dos cosas, por sí sola cada una, capaz de trastornar en un momento las cabezas de viento que tienen las mujeres por fortuna. Adelante; de gozo enajenado nuestro buen amador, sólo pensaba en su nuevo cuidado, mientras que la belleza se ocupaba en mirar al espejo su cuerpo y su gracejo. Cuando en estas estaban, de repente un ruido se oyó, y mi señora sorpresa de placer, atentamente mira, escucha, se baja, y sin demora alza la pata, y tras, va a echar la mano, cuando al ruido del hombre que se acerca el ratón se escapó... «¡Ay inhumano! (Dice la triste gata.) Yo perezca si de ti no me vengo, y muy en breve; ¡un ratón de mis uñas se ha escapado!...» El hombre no se atreve ni a resollar siquiera; así ha quedado al ver a su querida que de su antiguo estado no se olvida. Vuelto de su sorpresa, con buen modo expone a la beldad que es diferente ser gata o ser mujer; mas ella a todo da por respuesta oír si algo se siente, correr, brincar, saltar por los tejados: tales eran sus únicos cuidados. Nuestro héroe arrepentido, cansado de aguantarla, a Brama suplicó ya más rendido segunda vez quisiera transformarla. Brama le contentó, y así le dijo: Sábete, amado hijo, que es difícil perder las malas mañas. Y si estas pequeñeces tanto extrañas, perversos ratos a pasar disponte. Siempre, lector, la cabra tira al monte.

Collection: 
1833

More from Poet

  • Angelito, dame un beso; dame un beso y un abrazo, que tu padre está en la guerra hace ya más de dos años, y de entonces nada basta para darme buenos ratos sino una voz de tu boca, sino un beso de tus labios. ¡Pobrecillo!... ¡Cuántos lloros a mí mísera has costado! De tu padre, ángel del cielo,...

  • ¡Oh! ¡Cómo es grato a veces entre sueños ver pasar la fantasma misteriosa, en que descubre el alma apasionada el rostro del objeto a quien adora; y recordar entonces la mirada, llena de languidez y de dulzura, que dice: «Yo te adoro, ángel del Cielo», y ver correr el llanto de ternura, y poderse...

  • Tierra de amor, América divina, también tu nombre endulzará mi labio, cual endulzó mi pecho candoroso, en años de amargura, tu clima deleitoso. Allá en la orilla del suave río que la ciudad divide de los Reyes, yo vi el dolor impío sobre mi frente virginal y pura descargar su furor, y en mi...

  • Así bramaba el trueno de venganza, y asimismo la brisa tempestuosa silbaba entre las vergas del navío; ya el marino, burlado en su esperanza, da un recuerdo a su patria y a su esposa, y a la vista del puerto pierde el brío. Y la mar inclemente crece y crece, y crece sin cesar y se levanta; un...

  • Tal vez al son confuso de mi lira recordarás, Damón, pasados años; disfraz, falsos halagos, vil mentira, envidia, sinrazón, perfidia, engaños, todo te ofrecerá tu mente viva, y cuando de tu dicha hablar intento derramarás la lágrima de pena que anuncia los pesares de tu pecho. Aun recuerdo,...