I
A Santa Cruz de Solano,
–un pueblecito muy sano
muy alegre y muy tranquilo–
llegó a pasar el verano
el señor marqués del Tilo.
Le acompaña su hija Rita,
que está anémica la pobre.
La corte la debilita
y piensan que allí recobre
la salud que necesita.
Un mes iba transcurrido
sin que hallara alivio alguno,
y el marqués muy afligido
mandó llamar a don Bruno,
el médico del partido:
–Le he llamado a usted, Doctor,
para que a esta niña vea;
pues confieso, con dolor,
que se encuentra en esta aldea
como en Madrid, o peor.
–No hay que apurarse, marqués.
Tomaré con interés
el caso, pues lo merece,
y a la chica, me parece
que la curo yo en un mes.
–¿Es cierto?
–No haya impaciencia.
Aunque la anemia es un mal
muy rebelde, no es dolencia
tan grave para la cual
no halle recursos la ciencia.
Pues que el hierro que ha tomado
en cantidad fabulosa
ningún resultado ha dado,
probaremos otra cosa
de seguro resultado.
–¡Ay, Dios lo quiera, Doctor!
–Dios lo querrá, sí señor.
Yo curo a esta señorita.
¿Qué tal duerme?
–¡Es un horror!
No duerme la pobrecita.
–¿Y ejercicio corporal?...
–Se pasa el día sentada.
–¿Y de apetito, qué tal?
–Pues de apetito muy mal.
¡Si no come casi nada!
–Pues si hoy está inapetente
ya tendrá un hambre horrorosa.
Se cura, seguramente,
con el agua de una fuente
que yo llamo milagrosa.
Sale el chorro limpio y puro
entre helechos y zarzales,
y es aquella agua, lo juro,
de resultado seguro
en esta clase de males.
–¿Es tan eficaz?
–¡Lo es!
–¿Se curará?
–¡Ya lo creo!
Mañana mismo, marqués,
iremos juntos los tres
a la fuente, de paseo.
–¿Está lejos?
–Algo, sí.
A media legua de aquí.
–Pues mandaremos traer
el agua
–No puede ser.
Tiene que beberla allí.
–¿Se puede ir en coche?
–¡Quiá!
–¿Y a caballo?
–¡Quite allá!
–Pues yo no creo que Rita
se atreva a ir...
–Pues sí irá.
–¿Cómo?
–Que ¿cómo? ¡A patita!
Muy temprano, el sol no abrasa.
¡Si es un paseo muy grato
y a gusto el tiempo se pasa!
Llegan; se descansa un rato;
toma un vasito, y a casa.
–Seguiré su plan fielmente.
–Verá usted que esa agua es
un gran tónico, excelente.
¡Lo más reconstituyente
que he conocido, marqués!
II
Siguieron la prescripción
que el médico les dictaba,
y el marqués ¡oh admiración!
vio al mes que la niña estaba
en completa curación.
Comía perfectamente;
se iban tiñendo de rosa
labios, mejillas y frente...
Todo, gracias a la fuente,
a la fuente milagrosa.
III
Ante esa cura ejemplar
don Vicente el boticario
se empezó a preocupar,
y se dijo: –Hay que estudiar
este caso extraordinario.
Hizo ir al día siguiente
al médico a la botica,
y le dijo: –Francamente;
diga usted: ¿cómo se explica
el milagro de esa fuente?
¿Qué aguas son? He presentido
que eran bicarbonatadas;
pero esta mañana he ido
a la fuente, y me he traído
dos botellas bien lacradas.
Y aquí está lo singular.
Acabo de analizar
el agua de una botella
y yo no he encontrado en ella
nada de particular.
Se echó don Bruno a reír...
El boticario amoscado
no sabía qué decir...
–Yo soy un médico honrado
y no me gusta mentir.
No analice usted ya más,
pues si analiza es probable
que halle algo extraño quizás.
Esa agua es... agua potable
como todas las demás.
No gaste otro reactivo,
y tire la otra botella.
–Pero esa agua...¡Por Dios vivo!
¿Cuál es entonces en ella
el agente curativo?
–Mi querido don Vicente.
¡No sea usted inocente
y comprenda su ignorancia!
Lo que cura es ¡la distancia
que hay desde el pueblo a la fuente!