En Nochebuena

I Un año más en el hogar paterno celebramos la fiesta del Dios-niño, símbolo augusto del amor eterno, cuando cubre los montes el invierno con su manto de armiño. II Como en el día de la fausta boda o en el que el santo de los padres llega, la turba alegre de los niños juega, y en la ancha sala la familia toda de noche se congrega. III La roja lumbre de los troncos brilla del pequeño dormido en la mejilla, que con tímido afán su madre besa, y se refleja alegre en la vajilla de la dispuesta mesa. IV A su sobrino, que lo escucha atento, mi hermana dice el pavoroso cuento, y mi otra hermana la canción modula, que o bien surge vibrante, o bien ondula prolongada en el viento. V Mi madre tiende las rugosas manos al nieto que huye por la blanda alfombra. Hablan de pie mi padre y mis hermanos, mientras yo, recatándome en la sombra, pienso en hondos arcanos. VI Pienso que de los días de ventura las horas van apresurando el paso, y que empaña el Oriente niebla oscura, cuando aún el rayo trémulo fulgura último del ocaso. VII ¡Padres míos, mi amor! ¡Cómo envenena las breves dichas el temor del daño! Hoy presidís nuestra modesta cena; pero en el porvenir... yo sé que un año vendrá sin nochebuena. VIII Vendrá, y las que hoy son risas y alborozo, serán muda aflicción y hondo sollozo. No cantará mi hermana, y mi sobrina no escuchará la historia peregrina que le da miedo y gozo. IX No dará nuestro hogar rojos destellos sobre el limpio cristal de la vajilla, y, al alguien osa hablar, será de aquellos que hoy honran nuestra fiesta tan sencilla con sus blancos cabellos. X Blancos cabellos cuya amada hebra es cual corona de laurel de plata, mejor que esas coronas que celebra la vil lisonja, la ignorancia acata, y el infortunio quiebra. XI ¡Padres míos, mi amor! Cuando contemplo la sublime bondad de vuestro rostro, mi alma a los trances de la vida templo, y ante esa imagen para orar me postro, cual me postro en el templo. XII Cada arruga que surca ese semblante es del trabajo la profunda huella, o fue un dolor de vuestro pecho amante. La historia fiel de una época distante puedo leer yo en ella. XIII La historia de los tiempos sin ventura en que luchasteis con la adversa suerte, y en que, tras negras horas de amargura, mi madre se sintió más noble y pura y mi padre más fuerte. XIV Cuando la noche toda en la cansada labor tuvisteis vuestros ojos fijos, y, al venceros el sueño a la alborada, fuerzas os dio posar vuestra mirada en los dormidos hijos. XV Las lágrimas correr una tras una con noble orgullo por mi faz yo siento, pensando que hayan sido, por fortuna, esas honradas manos mi sustento y esos brazos mi cuna. XVI ¡Padres míos, mi amor! Mi alma quisiera pagaros hoy la que en mi edad primera sufristeis sin gemir, lenta agonía, y que cada dolor de entonces fuera germen de una alegría. XVII Entonces vuestro mal curaba el gozo de ver al hijo convertirse en mozo, mientras que al verme yo en vuestra presencia, siento mi dicha ahogada en el sollozo de una temida ausencia. XVIII Si el vigor juvenil volver de nuevo pudiese a vuestra edad, ¿por qué estas penas? Yo os daría mi sangre de mancebo, tornando así con ella a vuestras venas esta vida que os debo. XIX Que de tal modo la aflicción me embarga, pensando en la posible despedida, que imagino ha de ser tarea amarga llevar la vida, como inútil carga, después de vuestra vida. XX Ese plazo fatal, sordo, inflexible, miro acercarse con profundo espanto, Y en dudas grita el corazón sensible: «Si aplacar al destino es imposible, ¿para qué amarnos tanto?» XXI Para estar juntos en la vida eterna cuando acabe esta vida transitoria. Si Dios, que el curso universal gobierna, nos devuelve en el cielo esta unión tierna, yo no aspiro a más gloria. XXII Pero en tanto, buen Dios, mi mejor palma será que prolonguéis la dulce calma que hoy nuestro hogar en su recinto encierra: para marchar yo solo por, la tierra no hay fuerzas en mi alma.

Collection: 
1856

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