A Emilia

Bella Emilia, perdón; yo te lo ruego por tu belleza; ¡ah cielos! ¡mi osadía cuánta disculpa tuvo! ¿Dó se halla aquel que a tu hermosura indiferente sin amarte te mira? ¿Quién tu dulce, tu suave elocuencia escuchar pudo sin la emoción más viva? ¿Y yo cuitado, yo solo ¡ay triste! sentiré tus iras? ¿Te aplacas, bella Emilia? ¿Me perdonas? A un eterno silencio me condeno; no más de amor hablarte; no fue dado a mí, mortal, la dicha soberana. Seamos amigos, adorable Emilia; si de amor no soy digno, podré al menos serlo de la amistad: sencillo, franco, jamás la vil lisonja, la mentira infame mi conducta han afeado. ¡Mi corazón sensible cuántas veces en lágrimas se exhala en las desdichas de mis amigos! ¡Las perfidias bajas, las mentidas caricias, las lisonjas envenenadas, la insultante mofa de los que fingen serlo, cuánto acíbar sobre mi triste vida han derramado! Almas villanas, yo lo he merecido; ingratos, yo os he amado; esto es bastante. ¡Ay! pasemos en blanco mis desdichas. De mis falsos amigos las injurias atroces, las envidias, los crueles encarnizados odios olvidemos. Seamos amigos, vuelvo a repetirlo, de la santa amistad, y de las ciencias al sagrario acogidos, los profanos asestarán en balde sus saetas contra nosotros. Ora, la balanza, y el compás de Neutón en nuestra mano teniendo, aquel cometa seguiremos en su alongada elipse. Ora a Saturno, y a Júpiter pesando las distancias de Marte a nuestra tierra mediremos, o bien por el calor de nuestro globo su edad sabremos. Ora calculando, el infinito mismo, que no es dado al hombre conocer, numeraremos. Otras veces, la historia recorriendo, teatro vasto de horrores y miserias, la suerte lamentable de la débil humanidad, del despotismo injusto, de la superstición, del falso celo siempre oprimida compadeceremos. O bien hasta el Eterno nuestras almas por grados elevando, nuestras manos puras de iniquidad levantaremos a la extensión inmensa, do el muy alto habita todo en todo; en respetoso, en profundo silencio el bello orden, la perfección que reina en el gran todo absortos admirando, y en tranquila paz el último día aguardaremos, do el alma nuestra libre de cadenas, de Marco Aurelio y Sócrates al lado, en la contemplación del universo gozará de placeres inefables.

Collection: 
1788

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