Suena tu blanda lira, Aristo, de las Ninfas tan amada, cuando a Filis suspira, y en la grata armonía embelesada la tropa de pastores escucha los suavísimos amores. Mientras mi bronco acento dice del despotismo derrocado de su sublime asiento, y con fuertes cadenas aherrojado el llanto doloroso al pueblo de la Francia tan gustoso. Cayeron quebrantados de calabozos hórridos y escuros cerrojos y candados; yacen por tierra los tremendos muros terror del ciudadano, horrible baluarte del tirano. La libertad del cielo desciende, y la virtud dura y severa; huye del francés suelo el lujo seductor, la lisonjera corrupción, el desorden; reinan las leyes con la paz y el orden. El fanatismo insano agitando sus sierpes ponzoñosas vencido clama en vano; húndese en las regiones espantosas, y con él es sumida la intolerancia atroz aborrecida. Dulce filosofía, tú los monstruos infames alanzaste; tu clara luz fue guía del divino Rousseau, y tú amaestraste el ingenio eminente por quien es libre la francesa gente. Excita al grande ejemplo tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados grillos, y que en el templo de Libertad de hoy más muestren colgados del pueblo la vileza, y de los Reyes la brutal fiereza.
La Revolución Francesa
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