Del airado Mavorte la crueza ¡oh! no cantes, mi lira, ni la insana sed de sangre, el furor y la fiereza. Mas di de Venus, reina soberana de Pafos, el poder; di los amores y de las Gracias la belleza humana. Canta del dios vendado los loores, de Cupido certero las doradas flechas, su blanda risa, y sus favores. Deja, Cupido santo, las preciadas aras de Chipre, y en tu fuego ardiente enciende mis entrañas frías y heladas. ¡Oh mil veces fatal ruego, imprudente súplica, por mi mal bien acogida! ¡Oh condición de Amor cruda, inclemente! Baja de Olimpo el pérfido, y fingida piedad muestra en su rostro y apostura dulce el falso, y sonrisa fementida. «Del Betis a la orilla una hermosura (amarla es tu destino eternamente) te ofrezco; parte, corre a tu ventura». Dijo y voló; yo loco encontinente el Manzanares dejo, y desalado al Betis corro con anhelo ardiente. Ya no hay más libertad ¡ay! ya aherrojado Lícoris en durísimas prisiones me tiene, al duro remo ¡ay! amarrado. Yo triste los pesados eslabones arrastro, mientras que tormenta horrible levantan en mi pecho las pasiones. Amor en fuego ardiente, inextinguible, me abrasa sin cesar; jamás la hoguera aparta, que esquivar me es imposible; que el crüel me persigue por doquiera, cual cierva a quien fatal punta acerada el costado rompió con llaga fiera; que el monte, el llano corre la cuitada, el doliente bramido al cielo alzando, del rabioso dolor siempre aquejada. Así mi cruda pena va aumentando la aguda flecha con que Amor me ha herido, siempre el enfermo pecho lastimando; la imagen de Licoris, el bruñido cabello de azabache, la alta frente, el sonrosado labio, el cuello erguido, y el hablar, y el reír suavemente Amor grabó con punta de diamante en el mezquino corazón doliente. Mora Licoris en mi pecho amante, Licoris mora en él; vos amadores, de Gnido desertad la ara humeante. Ved cuál la abandonaron los amores y a Lícoris festivos rodeando de guirnaldas la ciñen de mil flores. El sangriento Cupido está aguzando la inevitable flecha, y falsa risa va por sus labios pérfidos vagando. ¿Quién de mi dulce bien vio la sonrisa, y cantar pudo la ambición, la guerra que los tronos trastorna, rompe y pisa? Obra de un dios maligno es nuestra tierra; el duelo la pasea de contino, que todo bien lejos de sí destierra. Y cuando el placer muestra su divino rostro, nosotros necios le esquivamos, ¡oh del error efeto el más indino! Que la flor de la vida así pasamos; la vejez nos señala el tenebroso ataúd, que en vano tristes evitamos. Gusta, Lícoris mía, el delicioso néctar de amor, agora que te es dado del tiempo del placer nuestro envidioso, y nunca sin desdicha despreciado.
Elegía a Lícoris
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