Y vuelves —brisa, nube, flor y trino—
para mi corazón que nada espera,
a mis rotos palacios de quimera
sepultos en la arena del camino.
El dulzor de la extinta primavera
guarda mi corazón —vaso divino—,
como el rosado caracol marino
guarda el eco del mar en la ribera.
¡Oh, abril celeste, con el alma buena,
clara y sencilla, como la azucena,
como la estrella inaccesible y pura,
cuyo recuerdo mágico persiste
en un renacimiento de ternura,
al resplandor de tu mirada triste!