Junto al negro palacio del rey de la isla de Hierro—(¡oh, cruel, horrible destierro!)— ¿cómo es que tú, hermana harmoniosa, haces cantar al cielo gris, tu pajarera de ruiseñores, tu formidable caja musical? ¿No te entristece recordar la primavera en que oíste a un pájaro divino y tornasol
en el país del sol?
En el jardín del rey de la isla de Oro—(¡oh, mi ensueño que adoro!)—fuera mejor que íú, harmoniosa hermana amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; tú que naciste donde más lindos nacen el clavel de sangre y la rosa de arrebol,
en él país del sol!
O en el alcázar de la reina de la isla de Plata (Schubert, solloza la Serenata...) pudieras también, hermana armoniosa, hacer que las místicas aves de tu alma alabasen dulce, dulcemente, el claro de luna, los vírgenes lirios, la monia paloma y el cisne marques. La mejor plata se funde en un ardiente crisol,
en el país del sol!
Vuelve, pues, a tu barca, que tienes lista la vela—(resuena, lira, Céfiro, vuela)—y parte, harmoniosa hermana, a donde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus rizos de oro bajo un regio azul parasol,
en el país del sol.
New Yoy, 1893.