Ya la avaricia te imprimió su huella
Sobre las carnes: la materia escasa
Recubre apenas tu armazón exiguo
De hombros estrechos.
Cabellos tienes desteñidos; mira
Cómo tu piel no brilla. Se repite
En tí el milagro de tu padre, el hombre
De ojos agudos.
¿Recuerdas tú? Cuando eras niño apenas
Medio dormido entre la sombra, oías
Caer monedas, lenta, lentamente...
Una por una.
Como tu padre, a medianoche anduvo
También tu abuelo en subterráneo, y antes,
El padre de su padre ya ambulaba
Bajo la tierra.
Mira tus dedos deprimidos, mira.
Mira la curva del pulgar derecho,
Menguado está como tu alma; ¡mira!...
¿Miedo no sientes?
Ni los esclavos te aman.. . ¡Ah, no sabes
Cuán fácil aman los esclavos! Muestra
La bolsa tuya y llegarán cantando
Tus alabanzas.
Odias el sol pues te parece el oro
Que no pudiste conseguir. Te encierras
Por no mirarlo, cuando sale a darse
Sencillamente.
Cuando tus manos van a tus bolsillos
Temblor las mueve, que tu raza toda
Pesa en los dedos con que, apenas, tiendes
Su vil moneda.
Oh las mujeres que a tu lado pasan
Sienten el hielo de tus ojos y huyen
En sueños dulces a lejanos bosques
Primaverales.
Hijo de avaro, ven a mis rodillas,
Piedad me sobra..., recogí en los ojos
El cielo azul, y el mar, que es movimiento,
Filtró por ellos.
¡Hijo de avaro, recubrirte ansío
Con mis dos brazos y en los ojos grises
Mirarte fijo!... ¡Como un soplo ardiente
Te daré el alma!
Te sentirás crecer: los hombros tuyos
Han de agrandarse; tus cabellos secos
Tomarán brillo y el pulgar menguado
La curva mía.
Hijo de avaro, ven a mis rodillas;
¡Nadie te amó! Encogido, tembloroso,
Nunca entendiste el bien de los humanos;
Unico: darse.
A ricos de alma le ofrecí mi alma
Toda, temblando de alegría; llega,
No tengas miedo, buitre, no se acaba
El pozo mío.
Que nadie es pobre como tú, el enjuto
De pecho y alma, el de los ojos grises,
El de los dedos comprimidos, secos...
¡Hijo de avaro!