Amor, devora el alma de tu esclavo, devórala en un día; o deja que mi pecho candoroso en torrentes se exhale de armonía. Ya no tiemblo, no tiemblo... el Dios que inspira al genio creador es quien me inflama; Él dio temple a las cuerdas de mi lira, Él raudales de voz en mí derrama. No es más grata la fuente en el desierto, ni en el jardín más bella es la palmera, que el grato sonreír de la ternura, y el mirar de la virgen hechicera. O virgen, me amarás, que yo te adoro, y a un destello no más de mi mirada, a una gota tan solo de mi lloro sin querer te verás cual yo arrastrada. El llanto del poeta es más que fuego, su mirar arrebata y enardece, y el valor de la virgen inocente a su cantar de amor desaparece. Si la brisa murmura, de tu boca me parece que a mí trae un suspiro; si las olas se estrellan en la roca, algo me dice: allí tu imagen miro. Cuando el hielo del Norte me cubría el latir de mi pecho era aun más frío, y ora que siento el sol de Mediodía me digo: aun más me abrasa el amor mío. Mil te amaran, o virgen, mil te amaran; mas ¿te amará jamás cual yo un poeta? Ellos sin ti por otra suspiraran, más yo ¿qué necesito?... Mi paleta. Mi paleta, teñida de colores, para pintar el cielo... Cantar fue mi elemento y mis amores... Y ora otro amor me arrastra por el suelo. ¡Oh! Por ti nada más... por ti, mi amada; sin tus ojos de cielo yo dichoso ¿Qué pidiera al Eterno?... ¡Oh! Nada, nada: Melodioso cantar, gloria y reposo. Sí, que me niegue luz el Dios que inspira sino puede mi canto enternecerle; en mil pedazos quiébrese mi lira... O compasión o muerte.
El amor del poeta
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¡Oh! ¡Cómo es grato a veces entre sueños ver pasar la fantasma misteriosa, en que descubre el alma apasionada el rostro del objeto a quien adora; y recordar entonces la mirada, llena de languidez y de dulzura, que dice: «Yo te adoro, ángel del Cielo», y ver correr el llanto de ternura, y poderse...
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