Y fue en Versailles, en la dorada fiesta
—¡oh eglógica pastora deliciosa!—
que te ofrendé mi amor en una rosa,
al arrullo sonoro de la orquesta.
El alma al sueño de la dicha, presta,
abrevió su existencia dolorosa
al pronunciar tus labios la amorosa
confesión pasional, en la floresta...
Todo volvióse para mí risueña:
la luz, el lago, el parque y las canciones
de la fontana que arrulló mi ensueño.
Y cabe los perfumes de las frondas,
renacieron mis blancas ilusiones
bajo la seda de tus crenchas blondas.