Ya la tarde libra el combate postrero,
en las flechas de oro que lanza el ocaso,
y se va — como un príncipe, caballero
en el rojo corcel del Ocaso. —
Se ahonda el misterio de las lejanías,
misterio sombreado de tinte mortuorio,
y el barrio se puebla de las letanías
que llegan del negro, cercano velorio.
Empieza a caer la nieve... Dulcemente,
un rumor de canciones resuena
en el patio del conventillo de enfrente,
que, en ritmos alegres, oculta una pena...
Las mozas, dicen sus ansias juveniles...
— la salud se hizo canto en sus bocas,
como en una lira de cuerdas viriles
que guarda un deseo de imágenes locas:
Rayo de sol sobre la escarcha: la mustia,
de inviolable sudario en el seno,
copa repleta del vino de la angustia
que infiltra en la sangre su sabio veneno. —
Finge en arabescos la nieve que baja
como lluvia de blancos pesares,
una viejecita que hila su mortaja,
o una novia que arroja azahares.
Sobre una cabeza inquieta, entristecida,
yo la veo caer, como un beso
que absorviese los rencores de una herida
y quedase en los bordes impreso.
Se desconsuela el barrio... Todos los males
salvajes resurgen aullando impaciencias
como presagios, que en las noches mortales
florecen las llagas de sordas dolencias...
Asómate a la ventana, hermano. Mira,
tras la niebla, espejismos extraños
de fiebres. Desde una frente que delira,
soltó la tristeza sus buhos huraños...
Rondan sugestiones en el pensamiento,
a todas las luchas del Crimen resueltas,
y el ambiente es propicio al presentimiento
pues las bestias del mal andan sueltas.
...Me invade el miedo. Mi cerebro afiebrado
es un biógrafo horrible de cosas
fatídicas y raras de lo ignorado:
donde van a caer, silenciosas.
En la casa del tísico, que los fríos
llevaron al lecho, graznó una corneja:
la inspiradora de los cuentos sombríos
que junto a la lumbre musita la vieja...
La huerfanita, en el desván ha cesado
de gemir, y, aunque nadie la asiste,
en su glacial abandono se ha quedado
obsedada del sol, como triste
enferma que deseara un ardor eterno,
y, envuelta en su suave caliente pelliza,
tuviese en una noche cruda de invierno
un cálido sueño de tardes en Niza.
El mendicante se ha ido de la puerta..
Dice algo muy hosco su ceño fruncido,
como si algún dolor en su mano abierta
entre las limosnas hubiese caido.
El crónico del hospital, ya moribundo,
sospecha, insensible, la gran Triunfadora,
y como en neblinas ve pasar el mundo,
sonámbulo grave que aguarda la hora...
En su instante supremo la frente inclina,
como en su último adiós un bandido
que llorase al pie de la guillotina,
y se fuese después redimido.
...¿Será el miedo, hermano? ¿No oyes como brama
el viento en la calle, tan sola y oscura?...
¡Si supieses! Anoche, junto a mi cama,
con muecas burlonas pasó la Locura.