A una ciega

¡Cómo hasta el alma me llega
mirar el llanto tenaz
con que tu pupila ciega
silenciosamente riega
lo marchito de tu faz!
Para la vista y el llanto,
mezclando el mal con el bien,
ojos nos dio el cielo santo:
mas ¡ay! tus ojos no ven,
¡ellos que lloraron tanto!
Fuentes de mar encendido,
muertos a luz y color,
vanos son para el sentido;
sólo sirven al dolor
que puso en ellos su nido.
Despertando a la natura,
en vano el brillante día
sucede a la noche oscura:
para ti, muy más sombría,
noche sempiterna dura.
¡Qué de gozos tienes menos
y que de bellezas pierdes!
Cielos limpios y serenos,
frescos valles, campos verdes,
y prados de flores llenos.
¿Cómo será que concibas
lo que son excelsos montes,
aguas bullentes y vivas,
infinitos horizontes
y lejanas perspectivas?
¡Infeliz, que el elocuente
rostro humano no conoces,
y hablar no ves juntamente
la faz de aquel cuyas voces
tu oído entre sombras siente!
En vano la creación
allá en lo alto y a tus plantas
ostenta su perfección:
para ti bellezas tantas
como si no fueran son.
Para tu muerta mirada
que nunca la luz alegra
la creación enlutada
es una página negra
del gran libro de la Nada.
Mas, si a tus ojos faltar
pudo el oficio de ver,
¡con cuánto exceso el pesar
cumplir les hizo el deber
y el oficio de llorar!
Para la vista y el llanto,
mezclando el mal con el bien,
ojos nos dio el cielo santo:
mas ¡ay! tus ojos no ven,
ellos que lloraron tanto!

(1866)

Collection: 
1855

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